Esta mañana mi hermana trajo tamales. Preparamos café y nos sentamos los cuatro a la mesa a desayunar. Al cabo de un par de minutos, con una cara de piedra, mi hermana dijo: «Este tamal huele echado a perder». Lo inspeccionamos. Estaba en lo cierto.
Constantemente me pregunto sobre el acto de comer. En mi mente la pregunta toma la forma de un ¿por qué? ¿Por qué tenemos que comer? No me lo pregunto de manera literal; si fuera el caso los Primeros Pensamientos1 dirían «porque lo necesitamos para sobrevivir». Mi pregunta es una queja: no espero obtener respuesta. ¿Por qué tenemos que comer, cuando podríamos estar haciendo cualquiera otra cosa? A menudo me ocurre que el hambre me interrumpe en momentos inoportunos. Cuando, enfrascado en una tarea de programación, siento mi estómago quejarse, sopeso la posibilidad de seguir en la tarea e ignorar la necesidad de alimentarme. Evidentemente, siempre termina imponiéndose la necesidad. Este texto fue dejado de lado más de dos veces porque tenía que ir a comer.
Comer es uno de los fastidios de nuestra naturaleza animal. En el caso de los seres humanos es una necesidad que aflora varias veces al día, todos los días. La clave del fastidio está en la frecuencia. Se suele hablar de un mínimo de tres comidas al día. Hay quien acostumbra comer cinco veces y no falta que piquemos bocadillos entre comidas. En suma: siempre estamos comiendo. Cuando voy a comer con mi pareja, mis amigos o mi familia, un tema recurrente a la hora de finalizar el almuerzo es ¿qué vamos a comer más tarde?
Me molesta que tengamos que comer tan seguido. Si el cuerpo estuviera diseñado para comer no sé, una vez al mes, sería fabuloso. Podríamos anticipar tal acontecimiento con mucho júbilo y pompa, armar una comilona digna de aquel nombre que aparece mucho en libros resecos y poco saliendo de los labios de la gente: banquete. Una comida que valiera la pena, con todos los amigos y la familia reunidos, entonando canciones y riendo, como en una gran fiesta.
Comer tiene asociados aspectos desagradables. La necesidad de defecar es el caso trivial. Por muy fastidioso que sea comer, al final, es agradable. Culturas enteras se han desarrollado en torno a la gastronomía. Sin ir más lejos, la cocina mexicana y peruana en el continente americano. Hay muchos platillos deliciosos en el mundo y deben su existencia a nuestra necesidad primaria. Defecar, en cambio, no tiene nada de agradable. Es una operación sucia, inoportuna y vergonzante según qué circunstancias2. Y aun así no deja de ser el caso trivial.
Lo más terrible de la necesidad de comer es su nombre no eufemístico: hambre. El hambre que digiere grandes porciones de la humanidad; millones de personas que no tienen los medios no ya para alimentarse con el mínimo recomendado de tres comidas al día, para comer una vez siquiera. El hambre que obliga a los náufragos y los extraviados al canibalismo. Es tan espantosa que cabalga en su propia montura junto al resto de jinetes apocalípticos.
Si uno ignora la necesidad de comer hay consecuencias indeseables. Mal humor, un cuerpo debilitado, decaimiento en el estado de ánimo. A la larga, un cuerpo propenso a las enfermedades y poca capacidad frente a los retos de la vejez. En casos extremos la muerte temprana. Comer es importante. Comer saludablemente es más importante aún. De eso no queda ninguna duda.
Se hizo a un lado el tamal maloliente. Mi hermana terminó desayunando otra cosa. «Vine hasta acá para nada» dijo con un dejo de ironía. «¿Cómo que para nada?» pregunté. «Pues es que yo quería tamales». Me quedé pensando en mi relación con el acto de comer y en cómo nos afanamos todos los días, varias veces al día, para saciar nuestros estómagos. Compartir una comida es un momento social, algo que parece banal en la vida cotidiana. Yo, como muchas personas más, tengo el lujo de elegir qué quiero comer y a qué hora. Si un tamal está malogrado, puedo elegir comer otra cosa. Detrás de esa frágil capa de deliciosos platillos hay una necesidad primigenia, mucho más cercana de lo que imaginamos.
Una necesidad por la cual mataríamos —y de hecho lo hacemos, indirectamente al menos. Una necesidad que nos recuerda que somos animales incapaces de escapar a las ataduras de nuestros cuerpos. Por más condimentos y fotos para Instagram con las que disfracemos nuestros alimentos seguimos siendo seres acuciados por el hambre, apenas uno o dos pasos adelante de esta, siempre en una carrera frenética contra ese ser esquelético al que pretendemos no ver en nuestros platos, el cual sabemos que, devorador por antonomasia, terminará por engullirnos también a nosotros.
↩︎Los Primeros Pensamientos son los del día a día. Todo el mundo los tiene. Los Segundos Pensamientos son los que tienes acerca de tu forma de pensar. Los que disfrutan de pensar tienen de esos. Los Terceros Pensamientos son pensamientos que observan el mundo y piensan por sí mismos. Son raros y a menudo problemáticos. Escucharlos forma parte de la brujería.
—Terry Pratchett, Un sombrero lleno de cielo.A este respecto recomiendo mucho la lectura de Dios tiene tripas, libro de ensayos de Laura Sofía Rivero. ↩︎