Durante una conversación de taberna fui cuestionado sobre lo que más me gusta hacer. Después de un no tan breve paréntesis convenimos no elegir una, sino las siete cosas que más me gustan.
Mientras reflexionaba sobre los elementos a incluir en tal listado me percaté de que estaba eligiendo actividades con base en qué tan cercanas se sentían respecto a la idea que tengo de mí mismo. Dicho de otra forma: las cosas que me gusta hacer son las que me definen, las que marcan la separación entre yo y lo demás.
Leer
Desde que aprendí a extraer algo de significado de los textos impresos he tenido una fuerte inclinación a leer. Durante mis primeros años de escuela (terribles) pasé más tiempo leyendo que poniendo atención en clase. Quizás no fue así en estricto sentido, pero lo que mi memoria tiene registrado son lecturas, no lecciones.
Tuve la fortuna de crecer en una casa donde había bastantes libros. No demasiados, sí los suficientes para atiborrar de material de lectura a cualquier niño. Podía pasar horas echado leyendo, hasta que me veía obligado a cambiar de postura cuando el entumecimiento evolucionaba en dolor.
Creo que la razón detrás de mi gusto por la lectura es mi gusto por las historias. La sensación de sumergirse plenamente en la imaginación que provoca un libro no tiene comparación. Leyendo uno se vuelve parte de las historias y cuando era niño eso me parecía como magia.
Mi capacidad lectora (medida en términos de cuánto tiempo dedico al día a la lectura de obras de ficción) ha disminuido notoriamente durante mi adultez respecto a mi niñez. Algunas son las razones obvias: más responsabilidades implican menos tiempo disponible para invertir en la lectura; el trajín de la vida cotidiana puede resultar tan agotador que deja poco espacio para lo demás; las posibilidades que trae consigo la vida adulta1 entran en la competencia por un poco de tiempo.
En realidad, la principal razón es un síntoma del tiempo en que vivo: la dependencia a la tecnología2 que me he formado y esa incapacidad de prestar atención de manera continua, no ya a un texto, sino a cualquier cosa. De eso vale la pena hablar en otro momento.
Escribir
Es muy común que del hábito de la lectura se derive una intención escritora: lo leído gusta tanto que le dan ganas a uno de emular a sus escritores predilectos, de crear historias igualmente llamativas y emocionantes. Después llega la revelación de la obviedad: leer y escribir no son lo mismo.
Esta es la actividad que más conflicto interno me causa. Dos razones: no escribo ficción y no soy tan bueno escribiendo.
Caminar
En algún momento de mi vida caí en la cuenta de que, para mí, caminar no representa únicamente un mecanismo del que la naturaleza nos ha dotado para desenvolvernos en el mundo. Caminar es, ante todo, un acto definitorio; algo que me hace ser.
Cuando camino me siento libre. Es el ejercicio de la voluntad: deseo estar en algún sitio, doy unos pasos y llego. Es un ritmo natural. Es la invitación a la aventura:
Es un asunto peligroso, Frodo, salir por la puerta. Pones un pie en el camino, y si no controlas tus pies, no sabes adónde te pueden llevar.
— Bilbo Baggins
De alguna forma, me siento poderoso cuando camino. Es terapéutico: el hervidero de mosquitos que es normalmente mi pensar se aquieta y me es más sencillo comprender lo que estoy tratando de decirme. Es la comunión con el pasado: si hoy yo camino, es porque ayer mis ancestros caminaron otras geografías. Además, dicen, es bueno para la salud.
Uno de mis temores —no uno que me quita el sueño, más bien del tipo fantasía fatalista ocasional— es que llegue un momento en que por vejez o enfermedad ya no sea capaz de caminar.
Tomar fotografías
Las fotografías son, ante todo, reminiscencias congeladas. Cuando veo una fotografía busco una historia: ora es evidente, ora toca escudriñar y dialogar con el revelado; siempre es incompleta. Por mucho cuadro que abarque, una fotografía no es más que una frase en una cronología.
Esa cualidad de ser inacabadas, de por más que se retoquen y se impriman en alta definición seguir veladas, es una de las más potentes características que poseen las fotografías. La razón: el espectador se vuelve partícipe de la historia narrada.
De Robinson Crusoe, novela de Daniel Defoe que narra las aventuras de un náufrago, Henning Mankell —un escritor que tengo en gran estima— decía:
Sigo pensando que Robinson Crusoe es la mejor novela jamás escrita, por una simple razón: Robinson no está solo en la isla antes de que aparezca Viernes, está solo en la isla con el lector. Y eso es importante. Tú estás en esa isla, con Robinson. De alguna manera lo ayudas. Y esa es una forma genial de contar una historia.
— Henning Mankell, Mi responsabilidad es reaccionar
Trato de conseguir esa complicidad narrativa en mis fotografías. Escribir ya era complicado. Tomar fotografías lo es aún más.
Me desagradan las plataformas de publicación de fotos que hay allá afuera, por lo que generé mis propios sitios: monocromo, un sitio minimalista de fotos en blanco y negro; y paliacate, un fotoblog basado en álbumes.
Programar
Tres cosas sobre mí: soy creativo, tengo por diversión aprender cosas nuevas y me fastidian las tareas repetitivas, que no involucran un desafío mental. La programación es una herramienta que funciona muy bien en la intersección de esas tres características. En sí misma es interesante de aprender, y a partir de cierto momento puede desatar una dinámica de autosuficiencia: libera tiempo para aprender más al ocuparse de las tareas repetitivas.
Nota: yo uso la palabra «programar» en un sentido amplio. Por ejemplo, este blog no está precisamente escrito en un lenguaje de programación, pero ciertamente lo administro como código, y el proceso para montarlo en la Internet es uno que he armado conectando diferentes herramientas y servicios.
Descubrí lo maravilloso que es programar —quizás como muchos otros— tras una experiencia de fastidio. En uno de mis primeros trabajos estaba a cargo de distintas tareas rutinarias —repetitivas— que debía ejecutar en una computadora. A menos de un mes de empezar ese trabajo ya estaba harto de él. Empecé a buscar alternativas para reducir la cantidad de trabajo «robótico» que debía hacer y ahí fue que empecé a escribir mis primeras macros. En la escuela ya había tenido un antecedente de programación, pero fue hasta implementarlo en la vida laboral que aprendí a hacerlo.
Ahora mi trabajo suelo describirlo como «programación», aunque en estricto sentido involucra otras habilidades. El principal impacto personal —fuera del trabajo— que ha tenido la programación en mi vida es la capacidad de gestionar mi vida digital con mucha más libertad y ser dueño de mis distintos sitios web.
Conversar
Acá no hay mucho misterio. Compartir un momento de la vida con alguien, intercambiando historias, opiniones, anécdotas o meramente chismes, sentados, de pie, bebiendo algo, a la hora de la comida, en la oscuridad bajo las sábanas, en el camión camino a casa o al trabajo, perdidos en la selva; como sea, creo que es una de las experiencias más gratificantes de la vida.
Viajar
Desde niño soñé con viajar. Las principales culpables de tal anhelo fueron, sin duda, las novelas de aventuras en las que me sumergía. Me imaginaba recorriendo selvas ignotas, islas desiertas, intrincadas ciudades. Los primeros libros que me impactaron eran de escritores europeos y eso alimentaba mi fantasía de conocer los países allende los mares, en los que todo parecía distinto y atractivo.
En mi adultez he logrado emprender viajes de índole diversa: en solitario, con amigos, en pareja, en familia. He aprendido muchas cosas sobre mí, sobre las personas que me rodean y mi relación con ellas, sobre los lugares que visito y las personas que ahí habitan. También me pongo en contacto con los paisajes naturales, de los que quedo totalmente enamorado. Recuerdo la primera vez que vi un murciélago volar en la noche de Mérida, Yucatán. En mi cabeza no cabía la idea de una ciudad en la que hay murciélagos. Simplemente fantástico3.
Viajar es una actividad especial porque involucra casi todas las otras actividades que he mencionado. Me gusta recorrer sitios desconocidos caminando mientras saco montones de fotos. Al volver, escribo sobre mi viaje y converso de ello con mis conocidos. Y la lectura no puede faltar en un viaje de avión.
O, quizás, no es tanto que viajar favorezca la ejecución de las distintas actividades definitorias, sino precisamente el hecho de que estas actividades me identifican. Son parte de mí, dondequiera que vaya.
Mis cercanos suelen decirme: «siempre andas de viaje». Espero que siga siendo así durante mucho tiempo.
¿Para qué releer El Silmarillion, si puedo estar dos horas haciendo mi declaración de impuestos anual? ↩︎
Me impresiona lo mucho que se han modificado mis hábitos a raíz del consumo de tecnología. Hubo un tiempo en que podía irme a dormir sin ningún aparato; ahora no es que no pueda, sino que tengo tan arraigada la costumbre (asquerosa, por cierto) de ir a dormir con el teléfono bajo la almohada, que simplemente no lo pienso más. Noche tras noche está el pinche teléfono al alcance de mi mano. Es horrible. ↩︎
Me encantaría vivir en una ciudad en la que hay murciélagos. Lástima que en Mérida hace tanto calor. ↩︎