Cuando me preguntan «¿cuál es tu comida favorita?» o «¿cuál ha sido el mejor día de tu vida?» me quedo sin saber qué responder.
La idea de elegir, de entre la incontable diversidad de posibilidades, una sola cosa como lo máximo se me antoja extraña. ¿Cómo es posible elegir entre una cosa y otra, cuando las experiencias son distintas? A la pregunta de la comida, ¿cómo se responde? ¿Enchiladas? ¿Pozole? ¿Tacos de pastor? Imagino: nombro las enchiladas como mi comida favorita, y un día, ante la disyuntiva presentada por un mesero, elijo los tacos de pastor. ¿Significa eso que las enchiladas ya no son mi comida favorita? ¿Cuál era entonces el punto de nombrarlas así?
Y empeora: si eso es con la comida, ¿qué puede esperarse del mejor día de mi vida?
Ese tipo de preguntas exigen una respuesta categórica: un superlativo. Nada de medias tintas, las respuestas deben ser «lo más»: lo mejor, lo peor, lo favorito. Una preferencia, dicha así, parece más un dogma que una cuestión de gustos. El superlativo es el límite de la experiencia: nada hay más allá; cuando uno alcanza el límite no queda más que dar la vuelta y volver a casa.
Ahora, no digo que las experiencias no puedan ordenarse subjetivamente respecto a una escala de preferencias. Lo que afirmo es que los extremos de dicha escala (los superlativos), o son difusos y cambiantes, o de plano no existen.
Las preguntas superlativadoras me causan desconfianza y más aún sus respuestas. Las personas que responden con superlativos o se engañan a sí mismas, o responden cualquier cosa para salir del paso (quizás creyendo que responden con la verdad) o directamente están mintiendo. Las preguntas superlativadoras son limitantes: inscriben la inconmensurable cantidad de potenciales experiencias humanas en una escala lineal que podrá tener los extremos muy alejados el uno del otro, pero definida al fin.
Esto viene a cuento porque he notado que mis amigos suelen hacerme ese tipo de preguntas. Me preguntan por «lo más» o por su variante: ¿qué prefieres? ¿A o B? La última vez esto generó una discusión que se extendió por espacio de una hora nomás porque no puedo elegir la cosa que más me gusta hacer.
No me gustan las preguntas superlativadoras porque no hay manera de que responda algo coherente. A veces refiero, en broma, que no tengo la respuesta, ya que aún no he muerto. «¿Cómo voy a saber cuál fue el mejor día de mi vida, si sigo vivo?» En algunas ocasiones respondo «no sé», «ninguno» o «no tengo favorito», en otras digo cualquier cosa y después cambio la versión para confundir a mis interlocutores.
Por cierto, mi banda favorita es The Cure y mi escritor favorito es Terry Pratchett.