La que titula este texto es una pregunta que me han hecho no pocas veces, a la cual tengo por costumbre responder con evasivas, en parte debido a que no cuento con una respuesta prefabricada. Es difícil encontrar una forma breve de decir que no, no soy fotógrafo de verdad; es decir, no soy fotógrafo profesional, pero sí, me gusta la fotografía y le he invertido tiempo a esa actividad con la intención explícita de mejorar.
Entonces que sí, que soy fotógrafo, pero no así en grande, sino en chiquito.
Atropello una respuesta como la anterior y me llama la atención el titubeo. Me pregunto: ¿por qué no simplemente responder «sí, soy fotógrafo»? La razón, percibo, tiene que ver con la seriedad que reviste el ser algo y el poco valor que asociamos a los pasatiempos.
Hay un contexto que premia la productividad, lo que provoca que el tiempo se divida artificialmente en dos grandes secciones: tiempo productivo y tiempo libre. El primero es el que dedica uno a su trabajo, pues es trabajando como uno produce. El tiempo libre es el que resulta de sustraer al día el tiempo productivo. Así, todas las actividades realizadas en el tiempo libre de inmediato son categorizadas como «no productivas». Ahí entran los pasatiempos1, que son todas esas actividades que realiza una persona por un fuerte deseo interno y que no están relacionadas con la subsistencia: practicar algún deporte, tocar un instrumento musical, hacer fotografías, leer, escribir, jugar juegos de mesa.
El tener un pasatiempo, dado el contexto, se siente como una pequeña falta que toca disimular. El pasatiempo pasa a segundo plano y se menosprecia en favor de lo que realmente hace uno; a la pregunta de «¿qué eres?» uno admitirá ser un oficinista de medio pelo antes de anunciar que es un excelente bailador de salsa.
Al poco valor que tienen los pasatiempos se agrega la formalidad de ser algo. Este verbo (que más que verbo es un concepto filosófico) tiene una connotación que se antoja definitiva, en el sentido de marcar un límite o final. Dicho de otra forma: cuando uno es, es completo, no queda espacio para nada más (pues de lo contrario ello saldría del ser); si uno dice «soy» está empeñando toda su existencia.
Voy a salir del pantanoso terreno de la filosofía antes de que se me queden las botas en el barro.
Creo que lo mejor que puede hacer uno ante una pregunta del tipo «¿eres X?» es responder con un rotundo: «sí, soy». La razón es simple: uno es lo que uno hace. Fotógrafo es el que toma fotos, escritor es el que escribe y bailador es el que baila, independientemente de la calidad del resultado. Detrás de este argumento también hay una intención de reivindicar el tiempo libre como la oportunidad de hacer lo que a uno le de la gana, desde un lugar distinto a la productividad y no por ello menos valioso.
Responder con un «sí, soy» es un pequeño —pero importante— acto de resistencia frente a un contexto presto a juzgar nuestras acciones de acuerdo con un torcido e incompleto concepto de valor. No podemos negar o desaparecer el contexto, pero sí está en nuestras manos arrebatarle el poder de determinar qué es y qué no es valioso para nosotros.
O, por mencionar el anglicismo, hobbies. ↩︎