Aceptar a otros es difícil. Aceptarse uno mismo es peor. Es complicado porque uno es juez, parte y acusado al mismo tiempo.

Una de las verdades que más me ha costado aceptar es que a veces simplemente no tengo ganas de nada. Me considero una persona creativa y curiosa: constantemente busco aprender algo diferente o emprender nuevos proyectos y tengo rachas de tanta energía que puedo pasar horas concentrado en resolver algún problema, como cuando migré este blog de Wordpress a Hugo, o escribiendo, o aprendiendo cómo editar audio para un pódcast. Son actividades que me hacen sentir productivo.

Y creo que es una trampa. El sentirse productivo, quiero decir. Se valora tanto la productividad que el ocio se siente como una falta. En mi caso esa falta de productividad se traduce en una sensación de culpa. ¿Por qué malgastar el tiempo, en vez de usarlo para algo de provecho, como resolver alguno de los pendientes que tengo?

Esa es la parte difícil. Reconciliarme con el hecho de que hay momentos de mi vida en los que no soy productivo ha sido una parte fundamental en aquello de «conocerse a uno mismo». Hay días en los que me apetece reorganizar un directorio de trabajo usando bash y hay otros días en los que solamente quiero echarme en el sillón y hacer nada.

Y sigo siendo el mismo.