Life is just one small piece of light between two eternal darknesses
Vladimir Nabokov
Uno de los absurdos de la literatura es su afán de decir lo indecible.
¿Qué es lo indecible? Multitud de cosas podrían entrar dentro de esa categoría; pienso en ideas como el significado de la vida, el amor, la experiencia de la muerte, la belleza. Son inefables: que no es posible expresar con palabras. Afortunadamente es así. Gracias a ello existe la literatura, la cual es, en cierto sentido, un intento de llevar la contraria y hablar de lo inefable; razón para concebir a la literatura como arte rebelde.
Es importante distinguir que lo inefable es una categoría determinada no por la moral. En otras palabras: Inefable no es aquello de lo que no se deba hablar, o aquello que es considerado tabú; sino aquello de lo que no es posible hablar. La literatura se encarga esencialmente de esto último.
¿Cómo se habla de lo que no se puede expresar? La literatura echa mano de las metáforas: la interacción entre dos términos (comúnmente por medio de una comparación) para producir un tercer significado de intención estética.
Belleza
«El primero en comparar a una mujer con una rosa fue un genio; los demás unos estúpidos».
Las metáforas se desgastan. Exigen un uso parco, de lo contrario rápidamente se degradan hasta transformarse en un lugar común: aquel que todo mundo conoce y ha visitado y del que postales llueven a montones.
Sin embargo, el problema más grande de las metáforas no es el desgaste al que se encuentran sometidas, sino la absoluta e indiscutible inutilidad de las mismas.
Creo que es posible hablar de la belleza así en abstracto, de esa belleza que se encuentra atrapada entre los gruesos volúmenes de las enciclopedias o diccionarios; se puede hablar del concepto, discutirlo y coincidir —o no—.
De la otra belleza, la del día a día, la de carne y hueso, que vive, respira, palpita y excreta; de esa belleza es apenas imposible decir nada, si acaso quizás que nos apercibimos de ella. Para describir esa belleza no hay metáfora que valga, pues se trata de hacer correspondencia entre una imagen atemporal y un sujeto de carne y hueso, atado al tiempo y a su contexto.
Un ejemplo (el cliché es intencional): «son tus dientes como perlas».
¿Qué nos dice eso de la belleza supuestamente descrita? Nada, realmente. Las perlas son eternas en el sentido de que sobreviven a una experiencia humana individual y hay tantas de ellas que la existencia concreta de un puñado es tan insignificante como cualquier otro puñado.
Me parece imposible hacer corresponder la belleza mortal concreta con cualesquiera comparaciones, término o concepto sin destruir en el proceso el núcleo mismo de aquello que se describe.
Es en esa imposibilidad que la literatura —el arte en general, podemos decir— tiene su origen.
nota anónima en tu buzón
el génesis de esta cavilación comenzó —como muchas otras cosas— con un recuerdo
con tu recuerdo
caminaba a ninguna parte y pensaba cómo podría describirte sin caer en lugares comunes (¿habrá un lugar más común que “lugar común”?), sin sonar soso, cursi o de plano insufrible
ninguna de las comparaciones me satisfizo
entonces caí en la cuenta: ¿cómo puede describirse tu belleza —efímera, única— recurriendo a imágenes eternas —¡comunes, es decir!—?
¿que me provocas una calidez como los rayos del amanecer? ¡si amaneceres ha habido desde mucho antes de que vinieras al mundo y habrá más aún después de que hayas muerto!
y ruiseñores y rosas y perlas y el mar y el firmamento salpicado de estrellas y las armoniosas notas de una guitarra y la firmeza de una roca y la pureza del alma y la mies dorada y la nieve blanca; por muy únicos en su especie son todos parecidos y poca diferencia podemos notar entre individuos
y así con cualquiera metáfora pues, ¿qué son todas esas cosas a tu lado?
tú eres tú, única, llena de una historia que te hace tú; cuando mueras todo se habrá ido; tu belleza no será más; no habrá manera de que algo tan bello como tú vuelva a mostrarse en el mundo, pues tu belleza es tan improbable que solamente existe en ti mientras vives
y así, ¿qué metáforas funcionan?