A veces no puedo dormir.

Sucede sin ningún aviso. Sigo el ritual: me pongo la pijama, apago la luz, me meto entre las cobijas. Espero boca arriba la llegada del sueño.

Comienzo a sentir una especie de desesperanza. El amanecer me parece lejano y fútil. Pensamientos macabros llegan a mi mente: me sé mortal; el linde de mi vida, de ordinario únicamente una certeza teórica, se presenta ahora como una inevitabilidad palpable; el mundo se disuelve en sombras grises e informes. La muerte es como la súbita aparición de alguien a quien deseamos: mirarla a las cuencas nos deja sin aliento.

Tan familiar me resulta la sensación del insomnio que no equivoco al identificarlo. Apenas escucho su murmurar en la oscuridad comprendo que el sueño me alcanzará tardío esa noche. Aunque en muchos sentidos es un fastidio, trato de concentrarme en la parte más mundana: al otro día me sentiré sumamente cansado. La alternativa es pensar en el vacío y de nada sirve prolongar el insomnio con ideas sobre el absurdo de la existencia.

Lo peor que puede uno hacer cuando tiene insomnio, me parece, es pensar. Por lo menos pensar sin complementarlo con alguna acción. En el estado de vulnerabilidad en que nos coloca la noche cualquier pensamiento, por inofensivo que parezca durante el día, puede convertirse en un monstruo incontrolable. Ignoro si esto vale en general, pero me parece cierto al menos para quienes tenemos tendencia a caer en depresión. Pensar por pensar nos lleva a zonas oscuras en las que realmente no queremos estar.

Cuando no puedo dormir suelo escuchar música. Es una acción contraproducente, pues termina por ahuyentar aún más el sueño. A veces también escribo. Si me urge conciliar el sueño lo que hago es leer un rato. Leer funciona muy bien porque es un proceso que demanda energía mental en grandes cantidades y el insomnio no es más que un remedo del estado de vigilia. La desventaja de elegir la lectura como método de conciliación del sueño es que lo leído no habrá valido y hay que empezar el texto desde el principio la siguiente vez.

Quizás la acción más constructiva que puedo llevar a cabo mientras sufro insomnio es escribir. Es también un proceso demandante, por lo que acorta la duración del desvelo. Además queda una cierta satisfacción personal tras haber logrado una entrada en el blog (como la que ahora escribo) o un artículo. Incluso escribir una entrada en el diario se siente como una pequeña victoria, dadas las circunstancias.

Aunque del insomnio se pueda sacar algo provechoso, me parece que no se debe romantizar esa condición. Los desórdenes del sueño son una cosa seria y son una amenaza a la salud, tanto física como mental. El insomnio es una de esas cosas que no se le desean a nadie. Es importante encontrar una manera de tratarlo.