La espera

¿Qué tienen en común la fila de las tortillas, la antesala del dentista y el mensaje de nuestro amigo impuntual: «llego en cinco minutos»?

Que estas situaciones implican una espera. Las esperas suponen la existencia de un sujeto —el que espera— y un objeto —lo esperado—. Ya sean las tortillas, el turno para ser atendido por el dentista o el amigo que siempre llega tarde, a todos nos toca en algún momento esperar a que ocurra algo.

Esperar es aburrido. Constantemente buscamos maneras de pasar el tiempo mientras esperamos: jugamos algún juego en el celular, leemos un libro, conversamos, contamos los autos amarillos que pasan por la calle. Estamos atentos todo el tiempo a nuevas maneras de distraernos y olvidar el hecho de que estamos esperando.

El propósito de la vida: esperar

Soy alguien que no cree en un «más allá», sino en que únicamente existe esto; es decir, esta vida, sin la posibilidad de una vida futura, o una consciencia más allá del horizonte de eventos que es la muerte. Existimos un tiempo y después es como si nunca lo hubiéramos hecho. En ocasiones esto me hace sentir a la vida como la mera antesala de la muerte. Vista de esta manera, la vida no tiene ningún propósito u objetivo. Para lo que uno viene al mundo es para morirse, tarde o temprano. Ni siquiera hay que hacer esfuerzo para conseguirlo, pues si algo tiene la muerte es esa enorme fuerza igualitaria.

La vida puede sentirse como la espera antes de morirse. ¿Y qué hace uno para sobrellevar esa espera? Infinidad de cosas: estudiar en una universidad, hacer carrera en una empresa, viajar por el mundo, formar una familia propia, ahogarse en vicios, participar en eventos sociales, luchar por una causa más o menos justa. Grandes distractores para evitar recordar que estamos esperando la muerte.

Escribir es uno de esos distractores. Reducir la escritura a un mero distractor es una suerte de injusticia, pero por un momento admitámoslo así, pues en realidad no hay demérito en ello.

La escritura como un distractor

Reconocer al acto de escribir como una manera de sobrellevar la espera que es la vida me parece que nos permite explotar muchas posibilidades, una de las cuales —la que más me interesa— es la de no aburrirse. Si la espera es aburrimiento y la vida es una larga espera, es natural que la vida sea aburrida per se. Por ello buscamos llenarla de cosas: religión, familia, trabajo, etcétera.

Escribir es algo que hago para no aburrirme mientras llega la muerte. Tener algo que hacer mientras espero me impide perder la razón. Escribir —por más que uno escriba ficción o desvaríos fantasiosos— es un asidero con la realidad. Además, es divertido. Más aún: es necesario. Constantemente me encuentro a mí mismo con esta sensación de necesidad casi fisiológica, que únicamente puede saciarse cuando me siento a escribir alguna cosa. Hay un componente importante de autocrítica y buen gusto en el proceso, pero baste decir por ahora que escribir es, en mi caso, una necesidad fisiológica, sin la cual perdería un par de tornillos. Sobre si lo que uno escribe es bueno o no, ya hablaré en otra ocasión.