Me gusta un chingo el estilo de Óscar de la Borbolla. Esa manera de escribir sin diálogos convencionales, de entretejer el diálogo con la descripción de forma que el entramado se sostiene y se distingue claramente cuando habla uno u otro personaje sin necesidad de meter acotaciones, sin la cantinela de “dijo”, “respondió”, “arguyó”, “terció”, etcétera; esa manera de escribir le otorga a la lectura una sensación de intimidad, de entrañabilidad, porque el diálogo, la descripción y las opiniones del narrador se entrañan en el lector y se enriquecen con las propias observaciones de este último, todo es de una naturalidad que, aunque muy extraña al inicio —por poco común—, pronto permite avanzar la lectura aceleradamente.

El futuro no será de nadie es una novela que nos cuenta la historia de Pablo, un matemático venido a menos que navega las aguas mansas de un matrimonio pálido y repetitivo y un empleo desmoralizante en una compañía de seguros. Hasta que conoce a Lola.

¿Por qué leemos sobre amor?

El amor no se encuentra entre los temas que llaman mi atención al momento de elegir mi próxima lectura. Invariablemente gravito hacia la muerte o el miedo, lo que no quiere decir que en una misma obra no puedan coexistir —porque a menudo lo hacen— estos tres temas, sino que no pienso en el amor como un tema principal, sino que está ahí, casi coyuntural, colateral, como parte de la vida al fin y al cabo.

El futuro no será de nadie es una novela cuyo tema principal es el amor. El amor loco, romántico, juvenil es el que más resalta a lo largo del texto, pero otras manifestaciones del amor hacen acto de presencia. Es una novela triste, melancólica, que apela mucho a la añoranza del pasado: ese paraíso perdido que parece ser común de alguna manera u otra a la generalidad de seres humanos.

¿Por qué amamos? ¿Es el objeto de nuestro amor el otro? ¿O es acaso la idea que tenemos sobre el otro, aquello que amamos? ¿Es el amor espontáneo? ¿Puede existir el amor entre dos seres, cuando ambos portan máscaras que los ocultan? ¿Qué ocurre cuando la máscara se desprende, ya sea por voluntad o descuido? ¿Por qué preferimos continuar en la inercia cotidiana? Son algunas de las preguntas que la novela me planteó durante la lectura.

Me queda claro por qué leemos sobre muerte y miedo. Lo que no me queda (aún) del todo claro es por qué leemos sobre amor. Tras haber sentido en mi carne esta novela, creo que lo comprendo un poco. Leemos sobre amor porque es ese punto en el que la racionalidad y las emociones se funden y surge algo que es otra cosa que la suma de las partes. El amor es una de las experiencias humanas más inclasificables, más inefables, más escurridizas; ¿qué mejor que hablar de amor a través de la creación, sin importar si esta es poética, narrativa, audiovisual o cualquiera otra? Es en la creación artística donde encontramos el tono y el espacio para conversar sobre aquello que no puede decirse.

El estilo “borbollense”

Ahora que he leído ya varias obras de Óscar de la Borbolla (La madre del metro y otros cuentos, Nada es para tanto, Todo está permitido, Filosofía para inconformes, Las vocales malditas), creo que he aprendido a distinguir el estilo que lo caracteriza. Me fascina la manera de escribir que tiene, tan natural, digerible y densa a la vez. Se siente como una conversación coloquial cargada de significado, sin duda es una experiencia lectora única. En la búsqueda de la propia voz como escritor es inevitable copiar las de quienes son nuestras influencias y me parece que eso me ocurre últimamente con el estilo de De la Borbolla.

Mini destripe

Lo único que no me gustó de la novela y que, de hecho, me hizo exclamar al final de la misma: “¡¿por qué, Borbolla, por qué?!”, fue la misma peccata minuta que el autor cometió con Nada es para tanto.