A Lukas le regalan un gatito negro —con la punta de la cola blanca— por su cumpleaños número seis. Pronto se encariña con el felino y aprende a convivir con él, a servirle comida en su platito cuando tiene hambre, a reconocer los lugares donde acostumbra esconderse. El diálogo interno de Lukas da cuenta del amor que el niño comienza a sentir por su nueva mascota, con quien duerme cara a cara. “Te tengo a ti”, dice Lukas a su gatito.

Un día, el gatito desaparece.

Un deseo común entre los niños es tener una mascota. Una pregunta común que se hacen los padres es si deberían o no regalarle una a sus hijos. Hay distintas opiniones al respecto; personalmente pienso que es una buena idea hacerlo si el fin es sensibilizar a los niños respecto a las necesidades de otros seres, hacerlos responsables y familiarizarlos con conceptos difíciles como la muerte y la enfermedad: idealmente una mascota no se enfermaría nunca, pero puede suceder, y también es común que los niños vean morir a sus mascotas por la menor esperanza de vida de las mismas.

El gato al que le gustaba la lluvia, novela de Henning Mankell, es la historia del amor entre un niño y su mascota, de cómo surge el cariño entre ambos, de cómo Lukas se reconoce en su gato y es capaz de aprender cosas sobre sí mismo al reflexionar sobre ello. Es, también, la historia de una pérdida. Lukas no comprende lo que ha sucedido y comenzará a buscar a su gato. Bajo la cama, tras el sofá, en el jardín. Las preguntas que nos plantea, muy típicas de un niño, son en realidad difíciles de responder, cuando no imposibles; como adultos nos enfrentamos al mismo tipo de preguntas a lo largo de nuestra vida. Quizás la única diferencia entre las preguntas de los niños y las de los adultos sean las palabras empleadas.

En varias ocasiones me sentí identificado con Lukas en su incansable búsqueda. A lo largo de las 136 páginas de esta novela hay dificultades que nuestro protagonista resuelve con implacable lógica infantil, lo que me hizo recordar esa curiosa manera de pensar que tenemos cuando niños. Mankell es capaz de emular el razonamiento de alguien de seis años de edad, con toda la magia, inocencia e ignorancia que tiene esa etapa de la vida.

Perder a una mascota —por muerte, enfermedad o cualquier otra causa— puede ser muy traumático. Para los niños puede incluso que sea la primera experiencia de pérdida que experimenten. La novela de Mankell retrata muy bien la angustia, el temor, el coraje y la incertidumbre que se experimentan al perder a un ser querido. Ese aspecto del libro me gustó mucho. Hubo un par de escenas en las que se me hizo un nudo en la garganta mientras las leía.

De entre los libros de Mankell que he leído, este es el que más desentona con el resto. Estoy acostumbrado a un Mankell policiaco, activista, denunciante. El gato al que le gustaba la lluvia me parece muy distinto a todo ello. Me gusta. Me gusta que existan libros como este; que pueden ser leídos tanto por niños como por adultos y ser disfrutados igualmente; que abordan temas complicados y los vuelven accesibles al público infantil.

Me gusta mucho sentirme identificado en las historias que leo.

El gato al que le gustaba la lluvia es un libro dirigido a niños. Yo no creo en esas tonterías de ponerle edades a los libros. Terry Pratchett —entre muchos otros— tampoco creía en ello. Es, simplemente, una idea estúpida. Así que, aunque esta sea una novela infantil, aunque empleemos el término por comodidad (y porque no hemos inventado una mejor manera de referirnos a este tipo de literatura), aunque no tengan niños, aunque no tengan mascotas; a pesar de todo ello, se las recomiendo ampliamente.