Amo caminar.
Me encanta dar largos paseos sin aparente rumbo fijo, disfrutando de la ciudad, de sus calles, su gente, su arquitectura, sus sonidos. En muchas ocasiones, cuando tengo algo de tiempo libre, tuerzo mis rutas habituales, diseñadas con base en la eficiencia y la rapidez, y encamino mis pasos hacia zonas de la ciudad de las que disfruto mucho. Coyoacán, Chapultepec, Ciudad Universitaria, el centro histérico histórico de la ciudad: el Palacio de Bellas Artes, el Zócalo y la Catedral, la Biblioteca Vasconcelos, entre otros; son todos sitios que amo y hacia los cuales, invariablemente, me dirijo en mi deambular.
Caminar me ayuda mucho a darle cierto orden y sentido a las cavilaciones que suelen abrumarme. En no pocas ocasiones siento el pensar como un enorme zumbido, como si mis pensamientos devinieran en diminutos mosquitos que revolotearan dentro de mi cabeza. Al caminar siento como un alivio, como si el ejercicio mecánico de colocar un pie delante del otro y de recorrer una ruta (aunque no de forma consciente) me permitieran trasladar ese rumbo a mi mente y así encauzar mis razonamientos.
Una característica de estos paseos es que suelen ser extensos. Si he de llegar a algún sitio valoro si me es posible llegar caminando; en caso afirmativo, me pongo en marcha. Estas excursiones, en promedio, me toman entre una hora y media y dos horas a buen paso. La caminata más larga que he dado fue en septiembre de 2019. Llegué a Ciudad Universitaria, al sur de la Ciudad de México, tras recorrer poco más de 22 kilómetros, en poco más de 4 horas. Terminé con los pies destrozados y con una enorme satisfacción en el pecho.
En medio de la pandemia no me es posible caminar de la misma manera que antes, por razones obvias. Prácticamente no salgo de casa. Si tuviera que elegir una sola cosa que extraño de la época pre-pandemia, sería caminar.
Caminar
Recientemente leí un ensayo del escritor estadounidense Henry David Thoreau, titulado Caminar. Es lo primero que leo de él; me enteré de la existencia de este ensayo hace algún tiempo y tenía muchas ganas de leerlo; fue hasta ahora que me puse a ello.
Thoreau hace hincapié en el acto de caminar como una característica de la libertad; en contraparte, el sedentarismo es la domesticación del hombre libre, un signo inequívoco de nuestros tiempos (Thoreau afirmaba esto ya en la primera mitad del siglo XIX), y como tal le repugna y asombra:
Cuando alguna vez me vienen a la mente los artesanos y los comerciantes que se quedan en sus tiendas no sólo la mañana entera, sino también toda la tarde, sentados con las piernas cruzadas, tantos de ellos, como si las piernas se hubieran hecho para sentarse y no para estar de pie o caminar, pienso que son dignos de admiración por no haberse suicidado hace mucho tiempo.
Henry David Thoreau
A lo largo del ensayo, Thoreau recalca el placer y la dicha de caminar, de convivir con la naturaleza, aprender de su flora y de su fauna. Lo mismo se maravilla ante el atisbo de un zorro esquivo, que ante el descubrimiento de una pequeña hondonada. Los árboles, los arbustos y las hierbas le parecen algo hermoso y llenos de una dignidad difícil de expresar en palabras. Leyendo a Thoreau, me pareció entrever el paisaje de su natal Concord, Massachusetts, gracias a su habilidad descriptiva en lo tocante a bosques y prados.
En la Ciudad de México, en cambio, prácticamente no quedan áreas verdes. Por lo menos en la parte urbana: hacia el sur todavía quedan bosques en las zonas rurales (marginadas, dicho sea de paso). Con todo y la ausencia de un entorno natural en donde dar paseos, caminar es una de esas actividades que más disfruto; de hecho, el entorno urbano tiene mucho que ofrecer y aunque no me parece que sea preferible a dar un paseo en el bosque, deambular entre los edificios tiene su propia magia.
Lamentablemente la edición del texto que poseo está llena de errores de tipeo, lo que entorpeció bastante su lectura y no me permitió disfrutar libremente de la prosa de Thoreau. No he leído el texto original (el cual leeré en algún momento), pero sospecho que también la traducción me jugó una mala pasada. Me refiero sobre todo al uso del verbo inglés saunter, que en español parece no tener un equivalente que capture todo el sentido que le da Thoreau. Les dejo aquí el enlace al ensayo, publicado por el proyecto Gutenberg.
Ignoro si he comprendido del todo el sentido que Thoreau le da al sauntering. Cada paseo para él es como una cruzada. En todo caso, el sentido que le doy a caminar es el siguiente: es un encuentro con uno mismo, un ejercicio pleno de la libertad, una afirmación de nuestra individualidad.
Tras esta lectura ha nacido en mí el interés de leer más obras de Thoreau, quien parece ser alguien con quien concuerdo en muchas ideas: su oposición a la guerra, su resistencia frente a la autoridad del Estado, la desobediencia civil, por nombrar algunas.
También me quedo con nostalgia. Espero que pronto las condiciones sanitarias mejoren y me permitan de nuevo dar esos largos paseos.