Mi primer acercamiento a la obra del argentino Jorge Luis Borges fue difícil. Nunca he leído algo similar. El estilo de Borges es sesudo, abundante en imágenes surrealistas y de una dificultad que parece deberse más a la estructura del texto que a las palabras empleadas en él.
Para empezar: nunca vi otro escritor que empleara de manera tan sistemática y elegante el punto y coma, un signo de puntuación que siempre me ha resultado esquivo y complicado de dominar. Borges lo emplea como si fuera lo más natural del mundo; su lectura me enseñó un par de lecciones al respecto.
Los cuentos que conforman El Aleph, más allá de la parte estilística, me parecen una delicia principalmente por dos razones: las imágenes que evocan y lo exóticos que se me antojan. Todavía no estoy muy seguro de cómo describir la sensación mágica que me provocó leer este libro. Me sentí adentrado en un mundo totalmente nuevo; como si me estuviera sumergiendo en una cultura ajena, lejana, rica, bulliciosa, con siglos de historia detrás. Las constantes digresiones eruditas que hace Borges en sus textos (ignoro si se trata de un ejercicio de ficción o de referencias auténticas) se me figuraban como escudriñar un antiguo y pesado volumen extraído del sótano de quién sabe cuál biblioteca perdida en un desierto.
En las páginas de los dieciocho cuentos que integran El Aleph abundan las alusiones a la cultura oriental y a los desiertos, a los laberintos, al infinito y a las matemáticas. No estoy acostumbrado a leer cosas similares y por lo mismo me sentí como un impresionable turista durante toda la lectura.
Vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra.
El Aleph
Borges constantemente hace comentarios filosóficos, que a mí, que soy un lego en eso de la filosofía, me parecen muy pesados de digerir. Me explico: Borges me hace preguntas que en apariencia son sencillas, enunciadas en un lenguaje hasta cierto punto cotidiano; al tratar de responderlas me encuentro con abismos insalvables y descubro ahí que la apariencia de sencillez era una mera ilusión; las preguntas encierran universos en una nuez.
Dichos cuestionamientos son relativos a la naturaleza del ser, del tiempo, del espacio; sobre la fragilidad de la conciencia, la inmortalidad y las posibilidades que ni siquiera sospechamos. También se habla, en muchas formas, de dios. En El inmortal, El Zahir y La busca de Averroes esto es muy evidente. Mi cuento preferido es, quizás, La espera. Es un cuento muy corto —escasas cinco páginas— que condensa las preguntas más importantes relativas a los sueños y a la realidad. A mí, que los sueños me parecen una de las mayores bendiciones de las que gozamos, me pareció especialmente bonito este cuento, a pesar de su tono lúgubre.
Por otro lado, el cuento que menos disfruté es sin duda El muerto. No es que me parezca malo en sí mismo, es instructivo y hasta divertido; me parece que desentona un poco con el resto del libro.
Mañana, […] yo habré entrado en la muerte; es natural que piense en mis mayores, ya que tan cerca estoy de su sombra, ya que de algún modo soy ellos. […] Miro mi cara en el espejo para saber quién soy, para saber cómo me portaré dentro de unas horas, cuando me enfrente con el fin. Mi carne puede tener miedo; yo, no.
Deutsches Requiem
Recorrer el desierto no fue sencillo. Tardé lo menos dos meses en terminar el libro, por diversas cuestiones de índole personal; lo cierro con una profunda satisfacción de haber logrado concluirlo.
Mis cuentos preferidos son: El inmortal, Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874), Emma Zunz, Deutsches Requiem, La busca de Averroes, El Zahir, La espera, El Aleph.
Con Borges tengo una deuda pendiente y hoy he abonado un poco a ella.
Me gustaría saber si han leído estos cuentos o cualquier otro texto de Borges. Pueden dejar su comentario debajo, estaré encantado de leerlos.