Quizás el título de esta entrada suene pretencioso. En mi defensa diré que titular textos es el equivalente narrativo de nombrar variables en programación: es algo necesario, terriblemente difícil y para lo cual no soy bueno.

Entonces: no estoy diciendo que sea bueno escribiendo, solamente que llevo ya un tiempo haciéndolo. Así de simple.

Supongo que esa contaría como una de las cosas que he aprendido: titular no es lo mío. Aunque he tenido buenos momentos cuando me he puesto a experimentar en plan editor-de-nota-roja, en general me hago un lío a la hora de escoger qué nombre llevará el texto que me dispongo a publicar.

Otra cosa que he aprendido es que publico menos de lo que escribo y escribo menos de lo que pienso. Esto no es nada nuevo, ni una gran revelación. Es, de hecho, algo obvio. La cosa que tienen las obviedades es que a veces resultan tales solamente cuando son enunciadas. Hace falta decirlas para agarrarlas al vuelo.

Me la paso pensando. Todo el tiempo. Es algo fatigoso, por lo que en ocasiones tomo un poco de esas palabras mentales y las transfiero a un soporte físico o electrónico, en un intento de que dejen de atosigarme. A veces alcanzo ese objetivo y a veces no. Y de vez en cuando, muy de vez en cuando, continúo con el texto más allá de lo estrictamente necesario, de manera que lo escrito termina tomando vida propia y exigiendo atención, cuidados y que le lea un cuento antes de dormir. Y de esos textos algunos llegan a ver la luz, en un horroroso y satisfactorio proceso llamado “publicación”.

Publicar es jodido. Hace falta revisar, repasar, cortar, añadir, suprimir, trocar, cambiar, cercenar, titular y toda una retahíla más de verbos. Es inevitable ponerse a pensar que lo escrito no es lo bastante bueno o interesante o divertido como para que valga la pena presentarlo. El temor al qué-dirán no termina de esfumarse. Así que, invariablemente, termino siempre con una lucha interna: una parte de mí desea publicar y la otra pugna porque no lo consiga. Es cansado. Sin embargo, publicar no es lo más jodido de escribir.

Lo más jodido es no ser leído.

Sin importar si uno publica en un blog, en Facebook, en Medium, en una revista local o hasta en autoedición, lo peor que puede pasar es no ser leído. Algunos dirán que eso no importa, que uno escribe para uno mismo o que uno no busca la fama o algún otro argumento por el estilo. Y no, no hace falta buscar fama (de hecho no es algo que me apetezca) para querer ser leído. Creo que el signo más evidente de ese anhelo es precisamente la publicación de lo escrito: nadie publica sin pretender que alguien más lo lea. Es absurdo pensar lo opuesto.

Aquí es donde viene la parte complicada. En un mundo con tantas posibilidades para publicar, donde ya no hace falta gastar bosques en cartas a editores huraños, ni montarse una revista propia, la cantidad de información disponible es tan abrumadora que publicar, aunque parece sencillo, se antoja imposible. O mejor: publicar es fácil, lograr que lo lean a uno es lo complejo.

Yo he notado, por ejemplo, que cuando tenía Facebook mis publicaciones obtenían muchas más vistas, incluso algunos comentarios. Ahora que solamente tengo un canal en Telegram la difusión se ha vuelto mucho más laboriosa y eso se refleja en las estadísticas de lectura de este blog. Ni modo, es el precio de no estar en la red social de Zuckerberg. (Actualización; marzo de 2022: ya no tengo ese canal y ahora tengo una cuenta de Instagram. Quién lo hubiera creído.)

Creo que solamente queda una cosa por decir.

De una forma u otra termino volviendo a la escritura. Incluso en los momentos de mi vida más secos en ese ámbito, hay algo que me impulsa a retomarlo. En varios momentos he decidido, con una sensación de lucidez envidiable, que, la verdad sea dicha, no sirvo para esto: no es lo mío, no se me da y punto. Es una idea que se me fija en la cabeza durante una etapa de duración indefinida. Sin embargo, la necesidad de escribir (y de publicar, se entiende) eventualmente se muestra más fuerte que la convicción anterior y aunque quizás mi vida sería más sencilla sin ella, tampoco puedo simplemente ignorarla.

La última cosa que he aprendido en el tiempo que llevo escribiendo es, pues, que seguiré haciéndolo, por más que trate de negarlo.