Hay ciertas historias de las que uno queda instantáneamente prendado. Historias cautivantes. Historias que, sin importar el tiempo transcurrido o la cantidad de veces que se recurra a ellas, siguen ejerciendo sobre nosotros influencia y fascinación. Me viene a la mente la historia de la Última cena, por ejemplo, o la leyenda de La Llorona. Basta con que leamos o escuchemos una vez dichas historias para que queden tatuadas en nuestra memoria.

Hace unos diez años, cuando vi Coraline y la puerta secreta por vez primera, supe que me hallaba ante una de esas historias. Me impresionó vivamente y disfruté cada minuto de metraje. Años después llegué a enterarme que dicha historia era una novela, de un autor cuyo nombre no me sonaba de nada y el cual olvidé en el momento que intenté pronunciarlo. Me prometí comprarlo en cuanto tuviera ocasión.

Pasaron más años y entonces, siguiendo un camino independiente a la historia de Coraline, di con el nombre del autor: Neil Gaiman. A Neil lo conocí por medio de Terry Pratchett, ya que ambos escritores eran muy buenos amigos. Cuál sería mi sorpresa al descubrir que la historia de Coraline estaba relacionada de alguna manera con mi escritor favorito.

Y fue hasta hace unos días que por fin logré hacerme con un ejemplar de la novela gráfica, adaptada e ilustrada por Craig Russell (quien, entre otros trabajos, ha ilustrado Batman).

Me ha encantado. Las ilustraciones me parecen muy buenas: me agrada que la imagen mental que tenía de Coraline (la de la película) haya cambiado gracias al trabajo de Russell. Con diálogos escuetos y descripciones casi nulas, características obvias de una novela gráfica, la obra no termina de saber a un libro de Gaiman. Eso en la forma, pues aunque carecemos de la característica forma de escribir de Neil, se nota el tipo de historia a la que nos enfrentamos: universos extraños y oníricos, personajes fuera de lo común, una protagonista muy ordinaria y una trama entrañable.

Coraline sin duda es terror. Quizás se están preguntando cómo es que una historia tan infantil pueda clasificarse de esa manera. Sin haber leído la novela, estoy seguro que semejante duda solamente puede ocurrírsele a alguien que desconozca la obra de Gaiman. En este sentido Coraline me remite a El océano al final del camino, novela del mismo autor que también trata del viaje de un niño a territorios extraños y que explora el terror infantil. La contraportada del ejemplar que poseo lo resume de una manera inmejorable:

Este es un relato ideal para ser leído un día de invierno, junto a una chimenea. No teman, podrán dormir después. Gaiman […] asusta en este relato al niño que fuimos, pero no al adulto en el que nos hemos convertido.

Cultura (La Vanguardia)

Esa es la clave para comprender el terror en Coraline. Es terror, sí, dedicado al niño que fuimos, no al adulto que somos. Esa es una experiencia muy particular: disfrutar lo que alguna vez nos causó terror y nos impedía dormir por las noches. La oscuridad, las ratas, los adultos extraños, la sensación de soledad, la insoportable certeza infantil de que las personas que están a nuestro alrededor no nos escuchan. Todo eso se conjunta y da forma a una historia tanto más entrañable cuanto más seamos capaces de conectar con el niño que fuimos.

Y quién sabe, quizás algunos de esos miedos han sobrevivido al infame proceso de maduración que todos hemos sufrido.

La novela gráfica reafirmó el cariño que le tengo a la historia de Coraline. Ahora lo único que resta es conseguir la novela original y leerla. Algún día.

Este libro hará que los escalofríos te recorran la espalda, te salgan por los zapatos y tomen un taxi camino al aeropuerto. Contiene el terror delicado de los cuentos de hadas y es una obra maestra.

Terry Pratchett