Navegando entre textos de Francisco Tario encontré una rareza que me llamó la atención. La llamo rareza porque no es cuento ni poema, ni panfleto, diatriba o algo parecido. Como explica este artículo es un texto fragmentario que parece no concluir, si acaso comienza. Lo encuentro interesante porque aborda, aunque brevemente, una de las preguntas que a menudo se presentan al momento de escribir. Quizás sea esta interrogante la más peliaguda de todas, al menos para mí ha resultado muy complicado enfrentarme a ella. Aquí el texto de Tario:
Uno deliberadamente razona y se devana los sesos y jamás en la vida llegará a aclarar debidamente por qué escribe. Quiero decir, por qué escribe uno. Frente a las páginas dispuestas —tantas, tantísimas horas—, al iniciar un nuevo trabajo, viene a uno de repente la inquietante y quejumbrosa pregunta: —Está bien, ¿y para qué? Y con una sola línea entre las cejas, con las puntas de los pitillos en dos hileras, pónese uno a estrujarse el corazón y la cabeza buceando en la horrenda vida de los hombres. Son los momentos diurnos o nocturnos, pero implacables, en que el viento nos arrebata las páginas, yergue en alto las colillas ateridas y forma con todos estos elementos, bajo un cielo mortal o inmortal —¡qué importa!— la somnolienta callejuela de polvo donde no se ve a nadie: ni a un perro, ni a un hombre, ni a un triste pájaro en el espacio. La que me abandonó, prorrumpió un día: —Sí, realmente se vive mejor que por estos rumbos. ¡No sabes qué dichosa me has hecho! De veras. Eran los tiempos felices.
La puerta en el muro (fragmento), Francisco Tario
Coincido completamente con Tario. Este fenómeno, el «por-qué-diablos-estoy-escribiendo-esta-mierda» es algo muy diferente al consabido Síndrome de la Hoja en Blanco (SHB), aunque se relacionan. Quizás uno ya superó el SHB, ya lleva escritos unos cuantos miles de palabras cuando de improviso se sorprende pensando:
—Está bien, ¿y para qué?
¿Cuál es el punto? ¿Qué es eso que nos lleva a sentarnos frente a la hoja en blanco (o la pantalla) durante horas a escribir? Cuestión cabrona donde las haya.
Como no hay respuesta satisfactoria, ni la habrá, me parece que lo mejor es tomar la postura: ¡escribo porque puedo, carajo! Porque me sale de lo más hondo aplastarme a teclear, borrar, teclear otra vez, reírme de las sandeces que escribo, borrar, seguir escribiendo, preguntarme si esta frase está bien hecha, si no será mejor usar esta otra, escribir ora con júbilo, ora con rabia.
Quizás a fin de cuentas lo más importante sobre esa pregunta no sea su respuesta, sino su efecto. El simple hecho de que haya tantos escritores dedicando parte de su tiempo a intentar responderla o a considerarla entre sus escritos, sea en sí mismo la ansiada resolución. No es tan importante saber para qué se escribe, sino seguir haciéndolo.