Hoy ha muerto mi estómago. Salí a la calle y estaba lloviendo. No me importó y caminé, caminé mucho, como nunca había caminado. Llegué a las faldas del metro y entré a la estación. Un parpadeo. Dos parpadeos. Tres parpadeos y estaba afuera, bajo un sol mordiente. Las nubes se burlaban de mi ceguera y una sombra de hierro se erguía sobre mis entrañas. El dragón despertó, de nuevo.
¿Cómo decía el dicho aquel? No hagas cosquillas a un dragón dormido. Si tienes un dragón no salgas a caminar, porque despertará. Y no serán cosquillas las que sentirás mientras sus escamas se retuercen en tu interior. ¿Que te gusta ir de paseo? Allá tú.
Y bueno. A veces no queda de otra mas que ser partícipe de la broma universal. En unas ocasiones te toca reírte, en otras tú eres el objeto de la risa. Todo bien.
Lo más risible del asunto es que ni siquiera me percaté de la lluvia. De tanto aumentar los decibeles quedé afónico.
Pocas veces he sentido tanta ira como hoy. Vamos, es que no puedo ni tenerme en pie de los escalofríos. Supongo que me entenderán, nada humano les es ajeno. ¿O sí? ¿Acaso son no-humanos, queridos lectores anónimos? Pero deja, que desvarío.
Decía que hoy ha muerto mi estómago. No mi alma, no mi corazón, no mi cerebro. Mi estómago. ¿Que cómo lo sé? Vamos, ¿es que están ciegos? Observen nada más, ahí arriba a la izquierda, encima de la vitrina, dentro de un frasco: ahí yace mi estómago. Vale, vale, quizás un pedazo de hígado se ha colado también.
Desde que era pequeño la palabra «odio» ha estado en mi vocabulario. No es algo de lo que me enorgullezca, simplemente menciono un hecho. ¿Cómo llegó a mí? No tengo idea. Lo único cierto es que yo la escupía en todas direcciones. Muchos malos ratos y disgustos me dejó esa actitud y recuerdo esa época como si de una vieja pesadilla se tratara.
Aunque, a decir verdad, no he cambiado nada. Imposible abstraerse de uno mismo, uno es quien es y se acabó. Uno se queja de actitudes ajenas para terminar haciendo exactamente eso que ha motivado nuestro disgusto.
¡Vaya hipocresía! O debería decir, ¡vaya humanidad!
No hace falta mucho para que el dragón despierte. Imagínense, su piel es gruesa e impenetrable y lo único que se precisa son unas pocas cosquillas para desatar el infierno. Vamos, pero si es que me estoy partiendo con lo ridículo de la situación.
¡Bah! Al diablo con mi estómago, que al fin tengo muchos. Eso es lo que tiene el odio: te destroza tanto el estómago que al final aprendes a fabricar otros. No hace falta mucho: unos pocos cadáveres, aguja e hilo. Bueno, ¿pensaban que se regeneraban? A ver, córtense un dedo y me dicen si se regenera, ridículos.
You can always count on a murderer for a fancy prose style.
Humbert Humbert
No se hagan cosquillas. Puede que su risa no les agrade.