En no pocas ocasiones me resulta complicado discernir en qué estado de ánimo me encuentro. Hoy en la mañana, por ejemplo, me sentía como un buitre en época de sequía. De alguna forma eso es alentador, mas resulta por lo menos curioso notar la naturaleza fúnebre de la analogía. Me puse a reflexionar sobre el asunto y noté que tanto más lo hacía, tanto menos me sentía como un ave carroñera en temporada seca y más como una conversación en un estadio.

Conforme menguaba mi buen estado de ánimo comencé la redacción mental de esta entrada, preguntándome hasta qué punto era conveniente su publicación. Con El Quiróptero Amanuense no tengo más intención que la de expresarme a mí mismo, por lo que no me interesa mucho tener muchos lectores (con la obvia salvedad de mis amigos íntimos). Mas el blog es público, lo que significa necesariamente exponer mis entrañas al escrutinio de terceros anónimos.

Estas consideraciones no son el motivo de la baja frecuencia de publicaciones que tiene este blog, aunque quizás sí sean una suerte de no-aliciente (si se me permite el horroroso neologismo). La razón es la misma que afecta a todos los escritores noveles: el consabido bloqueo o síndrome de la hoja (o pantalla) en blanco.

Cualquiera que haya intentado escribir algo más o menos bien hecho sabe a lo que me refiero. No quiero ponerme a hablar sobre el bloqueo en sí, ya hay mucha información al respecto en Internet. Únicamente daré mi punto de vista sobre el particular.

Conmigo el bloqueo funciona de una manera extraña. No he conseguido deducir las características que lo provocan, pues me ha atacado en todo tipo de situaciones. Pareciera más bien que vivo en un bloqueo eterno, del cual puedo salir en contadas ocasiones con más o menos esfuerzo. Y creo haber descubierto que soy capaz de romper esa barrera cuando mi estado de ánimo, sea cual sea, llega a punto de ebullición.

Por supuesto no estoy descubriendo el hilo negro (¿de dónde vendrá esa expresión?), tan solo estoy anotando las cosas que, creo, suceden en mi mente y que al fin y al cabo son las que me dan forma.

Así pues, es en momentos particularmente intensos cuando, si aprovecho la oportunidad, puedo sentarme para escribir algo que me satisfaga. El resultado suele ser una sesión de escritura maratónica, de varios miles de palabras, que provoca en mí un estado de euforia que tiende a desbordarme. De cualquier manera estos estados no son garantía de nada: si no los aprovecho se esfuman como humo en un puño cerrado y me dejan con un regusto muy desagradable.

¿Qué es lo que determina el éxito o fracaso de esos trances? Lo ignoro. Me inclino a pensar que no hay una respuesta, pues no hay en realidad tampoco una pregunta. A veces nos hacemos preguntas a nosotros mismos como una manera de esconder ciertos asuntos que, de estar desenmascarados, nos harían resbalar de esta barra de equilibrio que es la cordura. Obviar los asuntos espinosos o tratar de ocultarlos bajo nuestras narices son mecanismos de defensa muy evidentes que, no por ello, son menos peligrosos. Nos observamos y creemos reconocernos, mas lo que llegamos a percibir es una mera ilusión que hemos construido día con día.

Aquí tengo que aclarar que tengo la manía de hablar en la primera persona del plural cuando debería hacerlo en la primera persona del singular. Que hable de esa forma no significa necesariamente que estoy metiendo en el mismo saco a todo el género humano, eso sería una necedad de mi parte. Minucias.

Por otro lado es para mí imposible evitar sentir que lo que escribo son sinsentidos ridículos y cursis. Quizás lo son o quizás no (¡vaya revelación!), pero lo importante no es eso, sino cómo me siento yo al momento de escribir. Si me gusta y no es demasiado privado, me siento con la disposición de publicarlo.

Y aquí llego a otro punto álgido en este monólogo. El eterno debate conmigo mismo que ahora traslado a este medio, sin saber muy bien por qué o para quién. Es una insensatez creerse en la posesión de algunas verdades o respuestas; sin embargo, aunque sé que lo es, en algunos momentos de euforia he llegado a sentirme así. Después, por supuesto, viene una recaída, vuelvo a hacerme las preguntas que ya me he contestado en el pasado y llego a un punto muerto.

Algo así me sucede con El Quiróptero Amanuense. Sé muy bien cuál es la naturaleza de este blog, sus intenciones y alcances. Al mismo tiempo estoy convencido de la futilidad de llevar a cabo una acción tan vacua como escribir un blog personal. ¿Cuál es el punto? Un blog debería hablar de algún tema que resulte interesante, ¿o no?

Así recibo a diciembre. Este mes es particularmente corto, con tanta festividad atravesada. Y es el último mes de mi trimestre favorito del año. Diciembre representa muchas cosas para mí, cosas que si enlistara en este momento la entrada se haría dos o tres veces más larga. Me encanta diciembre como contexto, grandes eventos en mi vida han sido concebidos o llevados a cabo en la decembridad de mi vida (qué asco de neologismos, carajo). Aunque es una época que disfruto enormemente, también es cierto que me da unos dolores de cabeza tremendos. Como el que ahora plasmo, por ejemplo.