«Todo pasa por algo» es una de esas frases que me revienta escuchar porque me parece de una simpleza espantosa, probablemente sea la perogrullada por antonomasia. Es evidente que todo pasa por algo o, expresado de mejor manera, que todos los hechos tienen una causa y no surgen de la nada. No voy a detenerme a discutir la naturaleza filosófica de tan tremenda afirmación, para mí en este momento es evidente y punto.
En todo caso las personas utilizan la citada frase no con intención de ser literales, sino que le dan otro significado que podría expresarse como «todos los hechos, por malos que sean, suceden porque después de ellos vendrán otros mejores». Una interpretación mucho más optimista. Yo no estoy en contra de ser optimista, estoy en contra de la visión mágica coelhiana «El-Universo-Conspira-A-Tu-Favor». Para mí las cosas no suceden porque a uno le esté reservado cierto destino, por más que algunos se empeñen en creer eso. Las cosas suceden, sí, suceden porque sí, con sus respectivas causas, el universo es demasiado grande y complejo como para preocuparse por las diminutas motas de polvo que somos.
No soy partidario del determinismo. Me siento más cómodo creyendo que existe una pizca de azar en el universo, la suficiente como para anular lo que conocemos como «destino». Prefiero pensar que hay un pequeño resquicio y que la naturaleza intrínseca de ciertos fenómenos es azarosa. Demostrar que el universo es determinista o azaroso me parece una empresa imposible de llevar a cabo, así que en este sentido tomar una postura al respecto se vuelve un acto de fe.
Yo sí creo que todo pasa por algo. Suena a una tremenda contradicción creer que todo tiene una causa y al mismo tiempo creer que el universo, o algún subconjunto de él, es azaroso. Desde mi perspectiva no es una contradicción, ya que las causas de los hechos pueden ser azarosas. También está la posibilidad de que yo esté confundido, mezclando términos e ideas incompatibles.
Pero vamos, esto del doblepensar se me da de maravilla.