Desde que soy lector (desde la infancia) he tenido siempre la inquietud de escribir. Ese anhelo ha sufrido varias transformaciones a lo largo de mi vida. Primero lo que yo quería era ser escritor, en un tiempo en el que no comprendía la obviedad siguiente: que para ser escritor hace falta escribir. Yo me imaginaba que el ser escritor conllevaba cierta parafernalia que se me antojaba hasta cierto punto inalcanzable. Tenía algo de razón, escribir implica necesariamente ciertos usos y actos. Estaba equivocado en cuanto a la naturaleza de dichos menesteres, que yo suponía universal y común a todos los escritores.

Me costó mucho trabajo y varios años llegar a la conclusión de que la realidad es diferente. Parafernalia sí hay, incluso diría que mucha, pero sus expresiones son tan variadas como las personalidades de quienes se dedican al oficio. Mientras algunos pueden escribir con música, otros necesitan absoluto silencio. Algunos escriben en el metro, otros en sus casas y algunos más en las regulares idas al sanitario. Razones y modos hay muchos y querer unificar todo en «estilos» o sistemas estandarizados es ridículo e infructuoso.

Como decía, a mí me costó muchísimo trabajo deducir eso. Quizás en parte porque en este ámbito siempre he sido más bien alguien aislado. No frecuento otros escritores, ni siquiera como mis conocidos. No tengo contacto con alguien que pudiera servirme de mentor o maestro. Es más, pienso que el apelativo «escritor» me queda demasiado grande. El escritor es el que escribe y yo poco he escrito como para ganarme el título. Lo que subyace bajo esta problemática (estéril, si se quiere) de etiquetas y minucias asociadas es el impulso de escribir. ¿Por qué escribimos? O mejor, ¿por qué escribo yo? ¿Es escribir, para mí, un acto íntimo? Me hago estas y otras interrogantes porque si algo tengo, es que soy muy preguntón.

Reflexiono sobre esas preguntas y llego a algunas conclusiones. Escribo, en parte, porque soy lector. Porque cuando leo una buena novela o un buen cuento pienso «quizás pueda yo hacer algo parecido, ¿por qué no?». El deseo de escribir me asalta cuando leo a otros. Escribo también porque me gusta conversar. Escribo para mí y escribo para otros. A veces ambos momentos se sobreponen y el resultado es algo más bien íntimo que es, sin embargo, público. Este blog es prueba de ello.

Una característica que me describe es que me la paso rumiando pensamientos todo el día. No sé si esto sea común, la experiencia me hace pensar que sí lo es, a fin de cuentas nada nuevo hay bajo el sol y como individuos no somos realmente diferentes de otros individuos1. No obstante, no me consta que lo sea y solamente puedo hablar con total seguridad sobre lo que pasa en mi cabeza. Yo suelo pensar mucho y con esto no quiero decir más de lo que estoy diciendo: en mi día a día los pensamientos me inundan, pensamientos sobre las más distintas materias y los más variopintos acontecimientos. A veces es algo entretenido, las más de las veces es algo molesto, cansino, fastidioso. Es aquí cuando la escritura toma el papel de salvavidas. Impide que me ahogue en mi propia psique y me permite desalojar ciertas ideas que de otro modo seguiría rumiando sin cesar.

Escribo por placer. Con rabia, con ansia, con tristeza y dolor. Escribo porque tengo mucho que decir sobre nada en particular y poca vida para hacerlo. Escribo porque me encanta, porque hay pocas sensaciones como la de conectar a través de la escritura. Escribo cuando estoy solo y cuando estoy acompañado pienso en qué escribiré después. Me emborracho de sueño para escribir, o de chocolate, o de desesperanza. Escribo porque me permite seguir vivo, porque sentarme ante el teclado es una manera de decir «soy».

Escribo porque me salva, porque es una válvula de escape. Escribo para impedir que ciertos pensamientos cual sirenas me arrastren hacia los escollos de la locura. Un poco de humor y de escritura para estas horas aciagas.

Escribir es importante de la misma manera en que comer es importante o respirar es importante.

Escribir es una necesidad.


  1. Creo que acabo de escribir una estupidez. Los individuos somos tales precisamente porque podemos distinguirnos unos de otros, ¿no? ↩︎