Para vivir la ciudad hay que caminarla, de eso no me cabe duda. Tengo la fortuna de vivir en una urbe que me obsequia con nuevas experiencias cada vez que doy un paseo. He pasado cientos de veces por la misma calle, pero estoy seguro que si levanto la vista más allá del horizonte encontraré algo que me asombre, intrigue o me haga reflexionar.

Caminar la ciudad de México es en sí una aventura. Al hacerlo uno se enfrenta a sus numerosos rostros, personajes y situaciones: desde el oficinista que va tarde al trabajo, pasando por el pordiosero de turno, los turistas que nunca faltan, el policía aterido bajo su viejo impermeable, los niños que venden dulces bajo la mirada indolente de una sociedad siempre en vilo. Las calles del centro atiborradas de automóviles desesperados cuyas roncas bocinas se mezclan con el agudo cantar del organillo y el bisbiseo resultante cuando se suman las voces y gritos de miles de gargantas.

Hoy desperté y la ciudad de México soñaba con su pasado lacustre. Una hermosa mollina tomó el trono del cielo por asalto y no nos abandonó hasta la tarde. Toda la noche y toda la mañana, suave e inexorablemente, nos recordó que otrora el lugar que habitamos estaba dominado por el agua.

Me encanta que llueva y me encanta el frío, así que no había terminado de despertar cuando el día ya me había inyectado nuevos bríos y una sensación de bienestar que hasta este momento (la madrugada del día siguiente al de mi relato) no se ha desvanecido.

En días así no me agrada quedarme encerrado. Hay veces en las que se antoja estar en casa bien cobijado, con una taza de alguna bebida caliente y un libro como compañía (sí, a veces sale mi lado hipster), esas ocasiones son muy raras para mí. Contrario a toda lógica el frío y la lluvia me impulsan a salir y a disfrutar de ellos. Me abrigué lo mejor que pude, tomé mi peor paraguas y salí a vivir la ciudad.

Llegué al metro Pino Suárez y salí en contraesquina del jardín San Miguel, situado frente a la iglesia consagrada al mismo santo. Caminé sobre Pino Suárez en dirección al Zócalo, lentamente, paladeando la deliciosa sensación de recorrer dicha avenida sin cruzarme (casi) con otros transeúntes. Es lo que tiene la lluvia: por alguna razón aleja a las personas. Al fin llegué a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y ahí me detuve a contemplar con más detenimiento el Monumento a la Mexicanidad. Incontables ocasiones he pasado junto a él, pocas veces he podido apreciarlo y nunca como hoy. No había personas en la plaza y la lluvia le otorgaba cierto aire especial, como si estuviera asistiendo en primera fila al acontecimiento representado en las figuras que lo componen. Como pude saqué mi celular, pues el paraguas me estorbaba, y tomé algunas fotos.

De ahí atravesé la Plaza de la Constitución hacia un costado de la Catedral y doblé en la calle de Tacuba. Me dirigí al eje central y llegué a la Plaza Manuel Tolsá. En ese punto volví un poco sobre mis pasos para apreciar el pequeño Jardín de la Triple Alianza. De igual manera que con el Monumento a la Mexicanidad, he pasado muchas veces junto al Jardín y nunca me he detenido a dedicarle algunos minutos.

Dejé la Plaza y el Jardín y crucé el eje central para tomar avenida Hidalgo y visité la Alameda.

Visité las fuentes de la Alameda y al final llegué a la estatua dedicada a Alejandro de Humboldt, frente a la fuente de Mercurio.

Continué por avenida Hidalgo hasta Puente de Alvarado y un poco más allá. Doblé en Buenavista, caminé frente a la estatua de Colón y la delegación alcaldía Cuauhtémoc y llegué por fin a la Biblioteca Vasconcelos, mi destino, situada junto a la estación Buenavista.

Hice este trayecto en poco más de una hora y disfruté cada etapa del mismo. Caminar la ciudad siempre es una nueva experiencia para mí, por más trilladas que sean mis rutas. Gracias al frío y a la lluvia pude hacer mi camino con toda tranquilidad, sin desviarme un solo paso, sin apresurarme. Agradezco que no mucha gente comparta mi afición por este clima, porque así las calles me parecen más personales, más íntimas.

Parece que estos días seguirá lloviendo y haciendo frío. Aprovechen para caminar la ciudad, para vivirla. También es válido quedarse en cama bajo las tibias cobijas, con un buen libro al lado. Lo que los haga felices.