Hace alrededor de diez años fui a visitar a un sobrino primo hermano que en aquel entonces vivía en Ixtapaluca. Estábamos platicando cuando se acercó a su librero y extrajo dos libros: Comedias, de Shakespeare y Los perros de Riga, de Henning Mankell.

Toma, te los regalo. El de Shakespeare lo leí por la escuela, no creo leerlo otra vez. El otro está bueno, es policiaco.

Así fue como, sin proponérmelo, me hice con la primera novela negra que leería en mi vida. En ese momento desconocía la existencia del género, la referencia más cercana que tenía era por supuesto Sherlock Holmes y por ello asumí que Los perros de Riga era una novela más bien de aventuras, con mucho misterio y sesudas demostraciones de lógica, erudición y deducción entre sus páginas. Me puse a leerlo casi de inmediato.

¡Qué fastidio!

El libro era aburridísimo. La premisa no estaba mal: dos hombres elegantemente vestidos son hallados muertos a bordo de una pequeña embarcación en las costas de Suecia. Kurt Wallander, un inspector de policía, es el encargado de resolver el misterio y para ello debe viajar a Riga, Letonia. Hasta ahí todo bien. Lo malo era que el tal Kurt Wallander era un detective pésimo. Nunca tenía idea de nada, no era particularmente brillante ni tenía ninguna característica sobresaliente. Lo más que se podía decir de él era que se trataba de un hombre de mediana edad aficionado al café. ¿Dónde estaban las deducciones, las pistas, los momentos de acción? Las páginas pasaban y pasaban y no podía encontrar la veta que me mantuviera enganchado. Alrededor de la página 150 (esto es cerca de la mitad del libro) no pude más y lo dejé. ¡Al diablo! No iba a perder el tiempo leyendo algo tan aburrido, cuando hay otros libros mucho más interesantes por ahí.

Cuando cuestioné a mi sobrino primo hermano sobre qué había encontrado de bueno en ese libro me confesó que no lo había terminado de leer. Que, como a mí, el libro le había resultado muy lento, pesado y fastidioso y que había abandonado su lectura poco después de haberla iniciado. Que la única razón para regalármelo fue aligerar un poco su librero. ¡Bonito regalo!

No sabía qué hacer con el libro. En sí mismo, como objeto, no estaba mal: encuadernado en cartoné; con una camisa protectora algo ajada, pero bonita; de un papel amarillento muy agradable y con buen tamaño de letra. Estaba indeciso entre devolverle el ejemplar a mi sobrino, quedármelo a criar polvo en mi librero o intercambiarlo por algún otro título. Esta última opción era tentadora, pero la descarté pronto porque el libro había sido un regalo. Tenía que quedármelo, pues.

Pasó algún tiempo en el que me olvidé de Los perros de Riga. Volví a él un día que quise leer algo nuevo y me volqué sobre mi librero en busca de opciones. Pensé que quizás había llegado el momento de leerlo otra vez, que quizás mi estado de ánimo y la experiencia tras leer otros títulos habían obrado algún cambio en mí y que en esta ocasión podría disfrutar de él.

Qué decepción.

Poco antes de llegar a la mitad del libro ya me había aburrido. No pude más y lo dejé. Me sentía irritado porque de verdad deseaba terminar la historia, pero ésta no parecía querer cooperar. La idea no era mala, la ejecución me parecía terrible. Los perros de Riga volvió a su lugar en mi librero.

Eso se repitió unas dos o tres veces. En cada ocasión volví al libro con renovadas esperanzas, y en cada ocasión me rechazó sin miramientos. No podía pasar de la mitad y eso me desesperaba. Algo me impulsaba a leerlo, pero Los perros de Riga no parecían muy contentos con mi presencia. El misterio de por qué dos hombres en sendos trajes habían aparecido muertos en las costas de Suecia seguía sin resolverse.

Hasta que un día me harté. Tomé el libro y empecé a leerlo. El tedio me atacó inmediatamente, hice caso omiso de su declaración de guerra y seguí. Seguí leyendo, más y más, acercándome a esa trinchera insalvable que representaba la mitad de la novela. Llegué a ella y por un momento me acobardé, pensé en regresar y dejar por las buenas ese estéril campo de batalla. Fue el coraje de saberme superado por Los perros de Riga lo que me impulsó, tomé vuelo y corrí, atravesé la trinchera dando traspiés y logré incorporarme del otro lado. Una vez ahí no miré atrás y corrí más.

Fue una de las mejores experiencias lectoras de mi vida. Del otro lado las cosas comenzaron a tener sentido. Todo lo que había leído de la novela se revelaba ahora como un todo que yo no había sabido percibir por estar tan absorto con lo que la novela debía ser. Comprendí que sí, que Los perros de Riga era policiaco, pero que no era un policiaco holmesiano, sino era otra cosa muy distinta. Había descubierto la novela negra.

Y me enamoré. Caí redondo. Todo era maravilloso, el cambio de enfoque, las posibilidades que se abrían ante mí. Qué importaba resolver el crimen, lo verdaderamente interesante era  seguir las tribulaciones internas de los personajes y observar el entorno, gris, en que se desenvolvían los acontecimientos. Los perros de Riga me enseñó que en la novela negra las reglas son otras.

Las campanas doblan

El 5 de octubre de 2015 Henning Mankell murió de cáncer de pulmón, a la edad de 67 años. Con motivo de su aniversario luctuoso me puse a escribir unas pocas palabras sobre él. Cuando me di cuenta la entrada se había convertido en una breve reseña de Los perros de Riga. No podía ser de otra manera, pues con esa novela conocí a este escritor.

Henning Mankell tiene el lugar que tiene entre los autores que me gustan debido no nada más a su novela negra, sino también a algo que me gusta llamar (porque no tengo otro término mejor) «novela de denuncia». En alguna otra ocasión me gustaría hablar sobre el activismo de Mankell, sus ideas políticas, profundizar en esa «novela de denuncia». Todavía me falta reseñar Daisy Sisters, Comedia infantilTea-Bag y el resto de la serie Wallander… y quizás reescriba la entrada de Zapatos italianos, porque ahora que la vuelvo a leer siento que podría hacerlo mejor.

Todavía queda mucho por leer de Mankell y queda mucho por decir. Como dice Pratchett:

Un hombre no ha muerto mientras su nombre siga pronunciándose.


Tu turno

¿Has leído a Henning Mankell? ¿Conoces algún otro título de novela negra que puedas recomendarme? Puedes dejar tus comentarios en la cajita de abajo.

Gracias por haberme leído, hasta la próxima.