Tenía una deuda pendiente con Rafael Bernal y por fin la he pagado. Hace dos días1 terminé de leer su obra más conocida: El complot mongol2.
¡Pinche librazo!
Debo admitir que de la obra literaria mexicana conozco muy poco. Esto en realidad no debería resultar trascendente, pero da la casualidad de que soy mexicano y siento una suerte de obligación moral (o lectora, si se prefiere) de involucrarme un poco más con la literatura de mi país, aunque la realidad es que eso se queda en el sentimiento la mayoría de las veces. Por esta razón haber leído El complot mongol me gustó doblemente: por el libro en sí mismo y por la reconfortante sensación de haber leído algo mexicano.
Pero vayamos a lo que nos truje. ¿De qué trata la novela? Corre la década de los sesenta. Las agencias de inteligencia soviéticas han alertado a las mexicanas de unos rumores provenientes de la Mongolia Exterior3 que hablan de atentar contra la vida del presidente de los Estados Unidos durante una visita a México. Para hacer frente a la amenaza el gobierno opta por llamar a Filiberto García, pistolero sesentón revolucionario y fabricante de pinches muertos, para que investigue qué hay de cierto en dichos rumores. Un agente del FBI y uno de la KGB se unen a su misión y juntos4 tratarán de desenmarañar el embrollo en el que están metidos.
Conforme leía la novela iba relacionando de alguna manera el contenido con el limitado bagaje literario sobre ficción criminal y novela negra que poseo5. Hay ciertos paralelismos entre El complot mongol y las novelas de ficción criminal que he leído, particularmente con Los perros de Riga. El tono de decadencia urbana es una de las características compartidas más evidentes. Sin embargo, lo que más me interesaba al relacionar los fantasmas de las obras leídas con El complot mongol durante la lectura de ésta última no eran las similitudes, sino las diferencias. ¿Qué es lo que hace a la novela de Rafael Bernal distinta a las de Henning Mankell6?
Para empezar están los personajes. Kurt Wallander, personaje de las novelas policiacas de Mankell, es de hecho un detective de la policía. Filiberto García, de El complot mongol, no lo es. Aquí se abre un abismo entre ambos. Mientras el trabajo de Wallander consiste en capturar a los autores de los crímenes que se cometen en su localidad, el de Filiberto García no se acerca ni remotamente a eso. García es un fabricante de pinches muertos, no más, un jijo de la pinche revolución mexicana que lo único que sabe hacer es pegar tiros y fabricar muertos de segunda, ni siquiera muertos importantes, cadáveres de verdad. No. Nada más puros pinches muertos. No ha recibido ningún tipo de instrucción militar o policiaca, si es bueno con la pistola es porque la vida se lo ha tundido a fregadazos y de alguna manera hay que salir avante. Esto explica en gran parte la diferencia de temperamento entre Wallander y García. Los dos tienden a la introspección y a los monólogos de corte más o menos fatalista, pero si Wallander es más bien un hombre sorprendido por la crudeza de su realidad y que incluso llega a ser cansino en sus reflexiones, García es un desgraciado sin más propósito que servir de pistolero. Él reconoce y abraza su realidad, se sabe sucio, manchado, con poco sentido de la moral, algo que demuestra constantemente.
Por otro lado tenemos la voz narrativa. En las novelas de Mankell la instrospección de Wallander está balanceada con los comentarios del narrador y no son pocas las ocasiones en las que podemos asistir a escenas en las que Wallander no está presente, porque el narrador nos lleva a ellas. Incluso esa voz se permite uno que otro comentario más allá de su función expositiva. En cambio, El complot mongol alterna entre los monólogos interiores de García y la voz del narrador de una manera más bien brusca, éste último está nada más para hacer acotaciones y describir aquello que en voz de García sonaría extraño, constantemente es interrumpido por nuestro protagonista y es totalmente impersonal. Esta característica nos hace intimar todavía más con García, quien no para de hablar. Todo el tiempo permanecemos a su lado.
Además, el color de voz de Filiberto García es único. Es divertido, cínico, machista, irónico. No lo describiría como un hombre «acosado por sus fantasmas», sino como alguien dispuesto a emborracharse con dichos fantasmas, alguien que ante la presencia de la misma Muerte sería capaz de murmurar: «Ora, nostés chingando». Eso, de alguna manera, lo vuelve muy mexicano. Sea lo que sea que eso signifique.
Filiberto García destila trizteza por los poros. Es una tristeza resignada, una tristeza «chale», una tristeza del «ya-ni-modo». Como la que podemos encontrar en los abuelitos mexicanos, encorvados en su silla, mientras platican cómo eran mejores sus tiempos, no que ahora ya no se puede ni andar en la calle, no, qué va, en aquellos tiempos uno andaba más tranquilo. Y total, si lo robaban a uno nomás era eso, el robo, pero ahora por cualquier pendejada ya te andan soltando un tiro. No, ora ya no. Ya no.
De esa tristeza.
Y quizás es la tristeza resignada, o la triste resignación, o la pinche tristeza a secas, lo que se nos queda más grabado de la personalidad de García. Esa tristeza activa, para qué andar lamentándose, caray, cuando hay un vato al que hay que quebrarse, o una chinita a la que hacerle el amor. Total, que si nos quiebra el vato pues ni modo, algún día habría de pasar, y si no se nos hace con la china, pues para qué andar de maje, si todas las chinas, todas las mujeres, son iguales.
Y no he mencionado un hecho de vital importancia en este libro. Ni lo haré, no quiero echarles a perder la lectura. Solamente diré que recorre toda la novela, que es algo bien pinche triste, tristísimo, que confirma aquella frase que reza «toda buena historia cuenta dos historias»7. Pues hay una segunda historia en esta obra y sí, adivinaron, no es la historia del complot mongol, sino de la tristeza.
¡Pinche tristeza! ¡Y pinche librazo!
Tu turno
¿Tú qué opinas? ¿Qué te pareció esta novela? Puedes dejarlo en los comentarios. Y, si no la has leído, te recomiendo encarecidamente que lo hagas.
En cualquier caso, gracias por haber llegado hasta aquí.
Cuando comencé a escribir esta entrada en efecto habían transcurrido dos días desde que terminé la novela. Hoy, cuando retomo la escritura, han pasado cerca de tres semanas. Procrastinare humanum est. ↩︎
No entiendo cómo es que no hay una entrada de Wikipedia para esta novela. ↩︎
¡Pinche Mongolia Exterior! ↩︎
Pero no revueltos. Sí, no pude evitar el refrán. ↩︎
He leído varios libros de la serie Wallander de Henning Mankell; el fabuloso Nostalgia de la sombra del que hablé en entradas anteriores de este blog; algunos cuentos latinoamericanos de ficción criminal, específicamente los contenidos en las colecciones Un hombre toca la puerta bajo la lluvia8 y México negro y querido. De estos últimos espero hacer algún día una reseña. También he leído a Agatha Christie y a Arthur Conan Doyle, pero ellos se alejan un poco del tono que tiene El complot mongol. El lector especializado podrá constatar lo dicho arriba: mi bagaje literario sobre ficción criminal es muy reducido. ↩︎
Quien, hasta ahora, es mi principal punto de referencia sobre la materia. Con el tiempo espero añadir más puntos con los que comparar. ↩︎
O algo así. La idea es que una buena historia está compuesta de la parte «superficial» (es decir, lo que hay en la superficie, no quiere decir que sea poco importante) y la «profunda» (lo mismo, significa lo que significa y no necesariamente que la historia profunda sea mejor o más interesante que la superficial). Ambas historias se complementan, se intersectan y a veces incluso se pelean. ↩︎
Cada uno de los relatos de esta colección es de 10. Rodolfo Pérez Valero, el autor, se voló la barda con ellos. ↩︎