Este es un libro de gargantas resecas, moretones, sol ardiente sobre nuestras cabezas. De olores nauseabundos, de hambre, de sangre tibia cayendo sobre nuestros ojos y contribuyendo con su sabor oxidado a la sustancia pastosa que impregna nuestra boca y nos impide respirar. En una palabra: sofocante.

Las torretas de las patrullas nos seguirán de cerca mientras acompañamos en sus andanzas a Ramiro, nuestro héroe, quien tendrá que enfrentarse a sus demonios a lo largo de la historia, muchas veces de carne y hueso, pero las más de ellas psicológicos. ¿Qué es lo que hace a un ente ser humano? Es una de las numerosas preguntas que subyacen a lo largo de la trama que nos plantea Nostalgia de la sombra, un libro que sin lugar a dudas es entrañable, en el sentido de que el lector experimenta las tribulaciones y la batalla interior de Ramiro en su propia carne.

Parra conoce muy bien su oficio. El inicio de su novela es simplemente magistral: ya desde las primeras oraciones el lector sabe que se encuentra ante un ejemplar que fue minuciosamente compuesto, cuidando cada detalle, de la misma manera que un asesino planea su siguiente jugada.

Ramiro Mendoza (¿es su nombre verdadero?) es un asesino a sueldo que tiene una vida muy cómoda: realiza un trabajo, le pagan muy bien y desaparece del radar por largos periodos, hasta que Damián, su jefe, vuelve a requerir de sus servicios. A diferencia de todos los casos anteriores, esta vez Damián le encarga a Ramiro un asesinato especial: matar a una mujer. Desconcertado y al principio renuente, Ramiro termina por aceptar la misión, por lo que se dirige hacia el norte, específicamente a Monterrey, lugar de residencia de su «cliente», pero también lugar de origen de Ramiro. Regresar a las calles de su niñez reavivará los fantasmas que lo acosan, los cuales no se han disipado del todo. Ramiro deberá enfrentarse a muchas preguntas que no lo dejarán dormir, que extraerán pus putrefacto de las ampollas de su mente, mientras se esfuerza por llevar a buen término el encargo de su jefe.

Nostalgia de la sombra, y esto me llamó la atención desde el inicio, está muy bien escrito. Parra logra apropiarse del lenguaje cotidiano y lo vierte sobre el papel de manera que la lectura fluye naturalmente, sin volver forzado o cursi el desarrollo de la trama. El color de voz de los personajes está muy bien logrado, uno puede sentirse parte de la ficción porque escucha claramente a los arquetipos mexicanos hablar a través de sus páginas, sin perder por esto el idioma literario. Sin importar que el lector conozca las expresiones mexicanas utilizadas en la narración, podrá sentirse identificado, pues los tipos de Parra son de una naturaleza universal. Hay muchas preguntas y el lector ansía conocer las respuestas, pero Parra se toma su tiempo para llegar allí. Como decía al inicio de esta opinión, este libro es sofocante. Su lectura es densa, este efecto se acentúa por la casi total ausencia de diálogos. Todo es introspección; hay diálogos, sí, los estrictamente necesarios, muchas veces ni siquiera se indica quién ha dicho tal o cual cosa, basta con saber el contenido del mensaje. Hay páginas y más páginas que transcurren sin un diálogo, sin una intervención de otra persona que no sea Ramiro. Esto hace que todo se sienta un poco desértico. Esta característica de Nostalgia de la sombra me parece fabulosa, pues es el reflejo perfecto de lo que sucede en el interior del personaje. Por momentos todo puede parecer un poco pesado, cansino, como si no soplara la más mínima brisa. Parra lo sabe, pues todo es intencional.

La excelente descripción no es la única característica fuerte de Nostalgia de la sombra. Hay entre líneas una crítica despiadada a la peculiar corrupción mexicana. Un país que se esfuerza por achicar el apestoso fango que inunda el territorio nacional, pero sin que realmente nadie haga nada. Las cosas están podridas, no solamente a nivel de calle, donde se cometen los crímenes más insulsos, sino en toda la estructura vertical de poder económico y político. Es en la cima donde realmente se encuentra el origen de toda esta podredumbre, que resbala lentamente hacia las clases menos favorecidas. En el libro esto se refleja en la historia de los personajes y en su manera de vivir. Sin embargo, Parra no cae en el moralismo simplón, ni siquiera en una intención más o menos clara de moralizar. Parra explota estos mexicanismos para dotar de carne, aunque magullada; de vida, aunque pendiente de un hilo, a su novela. El basurero es la imagen por excelencia de la realidad que nos retrata.

Prácticamente todo de esta novela me gustó. Por momentos se me hizo muy densa, pero como ya expliqué arriba esto no es un defecto, sino una virtud. De Eduardo Antonio Parra no había oído hablar antes; el ejemplar de Nostalgia de la sombra que poseo, como otros muchos libros de mi propiedad, lo compré por una corazonada (en parte también por el resumen de la contraportada) y creo que fue muy buena decisión. Se los recomiendo ampliamente.