Me repugnan los listados.

Los de inicios de novelas, al menos.

Hay muchos listados con títulos como «Los mejores [inserte un número aquí] inicios de la literatura» pululando en la web. Listados más o menos extensos que suelen incluir obras más o menos conocidas: Lolita, Historia de dos ciudades, Moby Dick, Colmillo Blanco, por nombrar unos pocos; y sí, hay algunos que están muy bien como índice, no pocas veces coincido con lo que algunas de tales listas proponen.

Lo que aborrezco es su frivolidad. Me enferma la inmediatez, el escaneo, la «lectura rápida» que promueven. Me parece muy bien que uno haga la lista de los mejores inicios de la literatura, pero es que eso no me dice mucho. Yo quiero saber por qué a esta persona le ha parecido un buen inicio y las breves descripciones que suelen acompañar esa clase de artículos me dejan frío. Como lector aficionado y entusiasta encuentro sumamente placentero conversar con otros individuos sobre nuestras lecturas. Cada uno tiene una lectura muy diferente de la que podría hacer otra persona sobre el mismo libro. Es muy enriquecedor conocer otros puntos de vista y que ello se preste para un sano debate.

Con esto en mente, en esta entrada voy a explicar por qué me parece que Nostalgia de la sombra, libro del mexicano Eduardo Antonio Parra del que hablé anteriormente, tiene uno de los mejores inicios que he leído, con la esperanza de que alguien se interese por dicha obra y desee intercambiar opiniones.

Para empezar, transcribo el párrafo que abre la novela:

Nada como matar a un hombre. La frase resuena en las paredes de su cráneo y Ramiro reconoce bajo la piel un ligero aumento en la temperatura sanguínea. Es la única manera de saber que valió la pena venir a este mundo. Camina lento, con cuidado, acomodando sus pasos a la superficie irregular de la banqueta mientras esquiva a los traficantes de facturas y documentos, a los mendigos, a los puesteros que mantienen la calle en estado de sitio. No ve los rostros de quienes se apresuran a guarecerse en los portales a causa de los ronquidos del cielo y las ráfagas de aire acuoso: avanza con la mirada baja entre los vapores de las fondas, concentrado en el pensamiento que se repite y diversifica dentro de su mente a modo de letanía. Suprimir a un prójimo. Bajarlo del tren. Sacarlo del juego. Alza los ojos cuando llega a la plaza que recuerda siempre atestada de inconformes, de maestros en tiendas de campaña, de campesinos en protesta. Las primeras gotas de una llovizna aún tímida amontonan a vendedores y caminantes bajo los arcos y ante la mirada de Ramiro se extiende casi desierto el atrio de Santo Domingo. Nada como sentir que la sangre de otro nos remoja la piel y quedarnos con su último respiro. Ver cómo boquea, cómo se deshace por jalar un buche del aire que jamás llenará otra vez sus pulmones. Se detiene al lado de la fuente sobre la cual una anciana sentada domina el paisaje. Su perfil lo hace pensar en antiguas monedas, en ciertos billetes, aunque no precisa quién es. Enciende un cigarro y mira a la multitud apretujada entre gruesos pilares, imprentas manuales y escritorios públicos. Aspira el humo salpicado de humedad y en el esófago se le alborotan los alcoholes que bebió durante la comida. Sí, medir fuerzas con él. Bocabajearlo. Demostrarle que su vida tiene tanto valor como la del perro que apedreamos porque se cruzó en nuestro camino. Sin coraje, sin lástima, por el sencillo placer de sentirnos poderosos, capaces de arrancar un pellejo ajeno. Eructa y un acceso de asco le nubla la vista. Necesita seguir bebiendo, lo sabe, mas no tiene prisa. Fuma de nuevo. Procura distraer las agruras contemplando los edificios virreinales. La llovizna, cada vez más nutrida, chasquea en las piedras del suelo, le cubre de puntos la camisa, hace vibrar la piel de su rostro; sin embargo, Ramiro continúa inmóvil muy cerca de la fuente central de la plaza, con la mirada perdida en el pórtico del templo. Quitar de en medio a un hombre es fácil, Damián. Pero nunca me habías encargado matar a una mujer.

Nostalgia de la sombra, Eduardo Antonio Parra1

Imposible quedarse frío ante tal descripción. Pero si el lector no se ha convencido o si desea saber mis razones para afirmar que éste es un gran inicio, aquí van:

Gancho

Se suele recomendar a los escritores noveles que comiencen su relato con una frase que «enganche» al lector2. Que lo deje al borde del asiento, ansioso por saber cómo continúa la historia. Esto, por supuesto, no es una regla, más bien es una pauta general. Claro que funciona y los grandes maestros de la literatura la han usado por siglos y lo siguen haciendo hoy día.

La frase «Nada como matar a un hombre» con la que abre Parra, cumple este objetivo. Es una frase corta, impactante. La mayoría de nosotros no va por ahí matando a otros3 ya sea por motivos pasionales o económicos, es por ello que la frase de apertura nos causa extrañeza y ganas de seguir leyendo para desentrañar el misterio. En otras palabras: la frase tiene gancho, pues rompe con nuestra cotidianidad.

Conforme avanzamos en la lectura observamos que nuestro personaje, Ramiro, aparentemente se encarga de «bocabajear» a otros por órdenes de un tal Damián. Es decir, el acto de matar constituye la cotidianidad del personaje. Esto quiere decir que, desde el punto de vista de la historia, no hay nada extraordinario en el asesinato4. Entonces, cuando parece que ya nos estamos desenganchando, Parra nos atrapa con otra frase estupenda, esta vez la frase de cierre: «Pero nunca me habías encargado matar a una mujer». Una vez establecida la cotidianidad asesina de Ramiro, llega un nuevo elemento que romperá esa cotidianidad y le dará un impulso a la historia.

Perfil del personaje

Un párrafo basta para darnos suficientes indicios sobre Ramiro, el personaje, de manera que podamos bosquejar su personalidad de inmediato. Sabemos que bebe y que probablemente tenga algún grado de alcoholismo: «Necesita seguir bebiendo, lo sabe». También que es fumador y que tiene alguna especie de manía caracterizada por la repetición de frases acerca de su trabajo: «Nada como matar a un hombre», «Es la única manera de saber que valió la pena venir a este mundo», «[…] concentrado en el pensamiento que se repite y diversifica dentro de su mente a modo de letanía. Suprimir a un prójimo. Bajarlo del tren. Sacarlo del juego.», etcétera. Cuando leemos unas oraciones más y descubrimos que Ramiro debe matar a una mujer, cosa que nunca antes le han pedido, podemos aventurar una suposición: Ramiro está tratando de convencerse que, en el fondo, matar a una mujer es lo mismo que matar a un hombre.

Aunque no se nos dan datos sobre su edad, también podemos aventurarnos a especular basándonos en la siguiente frase: «[…] una anciana sentada domina el paisaje. Su perfil lo hace pensar en antiguas monedas, en ciertos billetes, aunque no precisa quién es.» El adjetivo de «antiguas» podría significar que Ramiro no es precisamente un joven. Aunque todo se queda en el terreno de la especulación, Parra nos da (o nos restringe) suficientes elementos para jugar al detective.

Por último, un dato más. La frase «La llovizna […] hace vibrar la piel de su rostro; […] Ramiro continúa inmóvil muy cerca de la fuente […], con la mirada perdida en el pórtico del templo» es muy potente, pues la imagen que nos ofrece Parra es la de un hombre ensimismado, a quien no le importa que la lluvia lo moje cada vez más, como perdido en sus pensamientos. Esto es particularmente notorio en un lugar donde todos los demás corren a refugiarse: «[…] quienes se apresuran a guarecerse en los portales a causa de los ronquidos del cielo y las ráfagas de aire acuoso». El cuadro es de soledad e instrospección.

Lenguaje literario y color de voz

Es inmediato observar que en este párrafo hay dos voces: Ramiro y el narrador.

De la aparente manía de Ramiro al expresarse y de su introspección ya hablé en el punto anterior, ahora toca hablar sobre su color de voz5. Las frases «Suprimir a un prójimo. Bajarlo del tren. Sacarlo del juego» y «Nada como sentir que la sangre de otro nos remoja la piel y quedarnos con su último respiro. Ver cómo boquea, cómo se deshace por jalar un buche del aire que jamás llenará otra vez sus pulmones» nos dan una vaga idea de cómo habla Ramiro. Para empezar, vemos que tiene algo de poético, por lo menos en la intención. Muy distinto sería que dijera algo como «se siente bien chido darle piso a un vato», ya que eso nos habla de otra situación social. De Ramiro podemos teorizar que tiene al menos un grado de educación que le permite elaborar esos pensamientos de manera natural. Las frases largas suenan casi premeditadas, lo que refuerza nuestra sospecha de que es alguien dado a  la introspección.

Es en el narrador donde se vierte toda la potencia descriptiva de Parra. Hay algunas intenciones poéticas en el texto: «[…] ronquidos del cielo», por ejemplo, para referirse a los truenos. El narrador hace todo por pintarnos el paisaje de una manera inconfundible. Todo aquel que conozca la plaza de Santo Domingo en el Centro Histórico de la Ciudad de México coincidirá conmigo en que Parra hace una buena descripción de ella en este párrafo. Los que no han visitado dicha plaza pueden hacerse una idea muy aproximada, gracias a frases como: «[…] superficie irregular de la banqueta mientras esquiva a los traficantes de facturas y documentos, a los mendigos, a los puesteros que mantienen la calle en estado de sitio», «[…] entre los vapores de las fondas», «[…] la plaza que recuerda siempre atestada de inconformes, de maestros en tiendas de campaña, de campesinos en protesta», etcétera. Si tenemos esta potencia descriptiva en el primer párrafo, no podemos esperar menos en el resto del libro, lo que invita a continuar leyendo.

Trama. (O por lo menos el bosquejo)

En este párrafo se nos plantea la trama de inmediato: conocemos a Ramiro, a quien le encargaron una misión diferente a las anteriores; también sabemos el nombre de quien le asignó esta tarea: un tal Damián; el espacio está delimitado: Ciudad de México, particularmente el Centro Histórico. Con estas características nuestro héroe puede dar inicio (o no) a su trabajo.

Conclusión6

Cuando leí por vez primera7 este párrafo quedé prendado de él y me emocioné mucho por lo que me hizo sentir e imaginar. Se nota el oficio de Parra, pues cada frase, cada palabra, está colocada de manera intencional. Esta impresión se reafirmó con la lectura del resto del libro (te lo dejo de tarea, lector).

Creo que logré el objetivo de explicar las razones por las que me gusta el primer párrafo de Nostalgia de la sombra. Reúne todos los elementos literarios necesarios, nos ofrece mucha información en pocas palabras. Nos deja interesados, con ganas de seguir leyendo para averiguar qué sucede con Ramiro y su misión. En pocas palabras: es un inicio que promete una buena novela.


Tu turno

Si te gustó esta entrada o si conoces algún inicio de novela que te haya gustado deja un comentario en la cajita de abajo, estaré encantado de leerlo. O si te parece que lo que he dicho no es más que un montón de sandeces, también déjalo en los comentarios. En cualquier caso, gracias por haber llegado hasta aquí.


Notas al pie


  1. Nostalgia de la sombra, Eduardo Antonio Parra. Págs. 9-10. Primera Edición, Tusquets, 2012. ↩︎

  2. Nadie dice cómo hacerlo. ↩︎

  3. Y no es que tenga nada en contra de los que sí van por ahí matando gente, ojo. Si usted, lector, es una de esas personas, sepa que su presencia en mi blog no me causa ninguna molestia. De verdad. Todo está bien. Ahora, guarde esa pistola por favor. Muchas gracias. ↩︎

  4. Voy a tratar de explicarme: una historia requiere un personaje cuya cotidianidad se vea violentada. Si, por ejemplo, tenemos un personaje que es un dragón-de-100-cabezas-devora-hombres que vive en un castillo rodeado por lava, necesitamos algo que rompa esa cotidianidad. Quizás eso del dragón de 100 cabezas suene muy impresionante (no lo es tanto, yo tengo uno en el patio trasero), pero literariamente no lo es, pues es algo cotidiano dentro del universo que estamos proponiendo en dicha historia. Lo que necesitamos es algo que rompa la cotidianidad del dragón. Por ejemplo, que nuestro dragón desee un día convertirse en poeta, pero se da cuenta de que tiene una tendencia a devorar a su público. Es ahí cuando surge la historia: el momento en que un personaje ve rota su cotidianidad, ya sea por un factor extrínseco, intrínseco o una combinación de ambos. ↩︎

  5. El color de voz es, grosso modo, la manera en que habla un personaje. El color de voz se determina sobre todo por el entorno en que se desenvuelve un personaje, ya que los modismos regionales son adoptados por el hablante. También influyen su educación, ocupación y edad. Es muy poco probable, por ejemplo, que un español hable con modismos mexicanos o viceversa, o que un anciano hable igual que un joven, a pesar de que compartan el mismo entorno. ↩︎

  6. Sí, como en un trabajo escolar… ↩︎

  7. «Lectura virginal»: cuando todo promete ser hermoso y no sabes qué esperar, de modo que cada oración es una sorpresa. Qué no daríamos por recuperarla. Lo positivo de este tipo de virginidad es que, a diferencia de la otra, tenemos una por cada historia que no hemos leído. ↩︎