Las lágrimas se acumulan en la rendija de los párpados. El humeante líquido escoce ojos y nariz, de la cual gotea la flema, al verse desbordada su capacidad. El estornudo no se hace esperar, acompañado de más lágrimas, escozor, mucosidad. Los pañuelos se acumulan en la mesilla e invariablemente un pensamiento nos aborda. Recordamos claramente cómo era sentirse sano, hasta hace un par de días. El bienestar es intrascendente.
Un buen día el médico nos dice que no más dulces: tenemos diabetes. Sufrimos una caída y ya no más basquetbol. Descubrimos la verdad sobre los Reyes Magos. Muere un familiar. Nos roban el auto. Los puntos de inflexión son numerosos y por lo regular traen aparejada la sensación de que nuestra vida solía ser mejor antes. La reflexión de que no aprovechamos el tiempo pasado, cuando nos sentíamos bien, y que ahora ya nos resulta imposible disfrutar de la misma manera. Se ha dicho que dios y el diablo están en los detalles. Ambas aseveraciones están equivocadas.
Uno de los momentos que más disfruto de mi rutina diaria es salir temprano y disfrutar del frescor matutino. Encuentro muy placentero caminar cuando apenas el sol va saliendo y esa luz grisácea propia del amanecer se va esfumando. Inhalar, llenar los pulmones hasta reventar, sentirse cobijado por el aroma a vegetación, son de las sensaciones más deliciosas que puede experimentar un ser humano.
Prestamos más atención a aquello que nos hace daño, que nos provoca dolor, desazón. En tiempos de bonanza, si bien estamos tranquilos, nos resulta complicado maravillarnos de aquellos detalles que conforman el día a día. Cuando los tiempos son difíciles es cuando cada instante de placer o alegría lo estiramos al máximo, tratando de prolongar su efecto sanador sobre nuestro ánimo.
No solemos reparar en esta actitud, por lo demás muy humana. Me parece que esto es un error gravísimo, pues motivos de bienestar hay en todos lados, a todas horas. En el simple acto de respirar, beber un vaso de agua, observar el amanecer, sentir el sol cálido sobre la piel. Incluso entre el dolor pueden encontrarse estos instantes de beatitud.
Es la vida la que se encuentra en los detalles. Pratchett decía:
«Suele decirse que justo antes de morir nuestra vida pasa frente a nuestros ojos. Esto, en efecto, es cierto. El proceso se llama “vivir”.»
Suelo encontrar mi felicidad en estos trozos de realidad que recorto de vez en vez. Pocas sensaciones son más increíbles, fascinantes, que sentirse vivo, realmente sentirse vivo, con todos los sentidos, percatarse de ello con cada fibra de nuestro ser.
«Muchas veces me desconcierta que las personas podamos tener un día horrible o enfadarnos porque nos sintamos engañados por una mala comida, un café frío, un rechazo social o un gesto de pésima educación. Recordemos lo que decía [...] sobre la dificultad de ver las auténticas probabilidades de los sucesos que rigen nuestra vida. Tardamos muy poco en olvidar que el simple hecho de estar vivos es un elemento de extraordinaria buena suerte, un suceso remoto, una ocurrencia del azar de proporciones monumentales.
Imaginemos una mota de polvo junto a un planeta de un tamaño mil millones de veces superior al de la Tierra. La mota de polvo representa las probabilidades de nuestro nacimiento; el inmenso planeta sería las probabilidades en contra de éste. Así que dejemos de preocuparnos por menudencias. No seamos como el ingrato al que le regalan un castillo y se preocupa por la humedad del cuarto de baño. Dejemos de mirarle los dientes al caballo regalado: recordemos que somos un Cisne Negro. Y gracias por haber leído mi libro.»
Nassim Taleb.