Este libro es un rara avis. Quizá estoy forzando un poco la metáfora, pero realmente El Cisne Negro es un ejemplar extraño. El autor danza entre lo literario y lo técnico de una manera muy fluida, orgánica. Entrelaza las historias que relata con citas de reconocidos economistas y filósofos, para rematar añadiendo datos de naturaleza más técnica, como fórmulas matemáticas y referencias al GFI (Gran Fraude Intelectual), es decir, a la campana de Gauss. Pero, ¿de qué va este libro?


En la antigüedad, solía creerse que todos los cisnes eran blancos. ¿Por qué? Porque las pruebas empíricas parecían demostrar que no había cisnes de otro color. Cuando las personas del Viejo Mundo llegaron a Australia observaron con sorpresa que había cisnes negros. Taleb parte de esta historia para definir un Cisne Negro (así, en mayúsculas) como un suceso con tres atributos:

  1. Es una rareza.
  2. Produce un impacto tremendo.
  3. Se inventan explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que se hace predecible y explicable.

El autor emplea esta definición para ilustrar las graves limitaciones del aprendizaje humano a partir de la observación o la experiencia, y para poner de manifiesto la fragilidad del conocimiento.

«Una sola observación puede invalidar una afirmación generalizada derivada de milenios de visiones confirmatorias de millones de cisnes blancos. Todo lo que se necesita es una sola (y, por lo que me dicen, fea) ave negra.»

El Cisne Negro es una dura crítica, muchas veces mordaz, contra los sistemas de pensamiento erróneos, contra la platonicidad, contra las falacias que todos cometemos en nuestros razonamientos cotidianos. Contra la excesiva simplificación de las cosas, el uso de modelos mediocres para tomar decisiones sobre situaciones muy complejas y la arrogancia epistémica.

«Lo que llamo platonicidad, siguiendo las ideas (y la personalidad de Platón), es nuestra tendencia a confundir el mapa con el territorio, a centrarnos en “formas” puras y bien definidas, sean objetos, como los triángulos, o ideas sociales, como las utopías (sociedades construidas conforme a algún proyecto de lo que “tiene sentido”), y hasta las nacionalidades.»

Algo que me gusta mucho del libro es cómo ataca despiadadamente autores, economistas, filósofos que para muchos son autoridades irrefutables. Partidario del falsacionismo, Taleb argumenta de una manera excelente por qué el verificacionismo es tan solo otra manera más de autoengaño. De esta forma el autor nos ayuda a identificar las trampas lógicas en las que normalmente caemos cuando razonamos o debatimos y eso, para mí, es conocimiento de un valor elevadísimo.

No quiero entrar en todos los detalles de su exposición y mucho menos hacer un resumen del libro, quiero resaltar la manera en que Taleb desarrolla sus ideas. El libro no es difícil de leer, ya que el lenguaje es sencillo y el tono desenfadado. Los ejemplos y anécdotas de los que se sirve ilustran bien lo que quiere decir y nos permiten hacernos una idea simplificada de las cosas, antes de que el autor entre en tecnicismos.

Cuando comencé El Cisne Negro no esperaba mucho de él. Mejor dicho, no sabía qué esperar. De alguna manera intuía que me resultaría útil en mi formación académica, pero poco más. Me llevé una muy grata sorpresa al darme cuenta que las ideas de Taleb son útiles también en la vida diaria y son aplicables a cualquier persona, con independencia de su escolaridad. Esto porque Taleb procura desarrollar la idea del Cisne Negro de una manera que ataque los errores de pensamiento en general, sin hacer demasiado énfasis en profesiones particulares (Taleb es un financiero). Esa característica es la responsable de que el libro me haya atrapado tanto.

El Cisne Negro nos hace cuestionarnos no solamente nuestros apolillados sistemas de pensamiento y nuestra «arrogancia epistémica» (la tendencia a creer que sabemos más de lo que realmente sabemos), también nos hace dudar de nuestras propias convicciones personales, de nuestras ideologías y hasta de nuestras profesiones. En esto último me pegó mucho, debido a la naturaleza de mi formación. Lo recomiendo ampliamente a las personas que no tengan miedo de enfrentar su propia estructura mental, amén de ver cómo son atacados sin piedad los autores que el lector considera pilares (empezando por los griegos). Las personas dispuestas a cambiar radicalmente su manera de razonar encontrarán en El Cisne Negro un buen punto de partida; aquellas más reacias al cuestionamiento intelectual quizá solamente vean en este libro una inane diatriba.